El hombre solo se levanta cuando el mar está todavía oscuro
y las estrellan vacilan. Una tibieza de aliento
sube desde la orilla, donde está el lecho del mar,
y suaviza la respiración. Esta es la hora en que nada
puede suceder. Hasta la pipa, entre los dientes,
cuelga apagada. Nocturno es el tranquilo chapoteo.
El hombre solo ya encendió un gran fuego de ramas
y lo mira enrojecer el terreno. También el mar,
dentro de poco, será como el fuego, llameante.
No hay cosa más amarga que el alba de un día
en que no pasará nada. No hay cosa más amarga
que la inutilidad. Cuelga cansada del cielo
una estrella verdosa, sorprendida por el alba.
Mira el mar todavía oscuro y la mancha de fuego
con la que el hombre, por hacer algo, se calienta;
mira, y cae de sueño entre las oscuras montañas,
donde hay un lecho de nieve. La lentitud de la hora
es despiadada para quien no espera ya nada.
¿Vale la pena que el sol se levante del mar
y la larga jornada comience? Mañana
volverá el alba tibia con la luz diáfana
y será como ayer y nunca pasará nada.
El hombre querría solamente dormir.
Cuando la última estrella se apaga en el cielo,
lento el hombre prepara la pipa y la enciende.
* en calabrés: la gran estrella, el lucero (N. del T.)