Dos cigarrillos, de Cesare Pavese | Poema

    Poema en español
    Dos cigarrillos

    Cada noche supone la liberación. Se contemplan los reflejos 
    del asfalto sobre las avenidas, que se entregan, lucientes, al viento. 
    Cada esporádico transeúnte tiene un rostro, una historia. 
    Mas ya no hay cansancio a esta hora: quien se detenga 
    a encender una cerilla tendrá a su alcance millares de faroles. 

    La llamita se extingue ante el rostro de la mujer 
    que me ha pedido fuego. La apaga el viento 
    y la mujer, frustrada, me pide otra cerilla 
    que, a su vez, se extingue: ahora la mujer se ríe quedamente. 
    Aquí podemos hablar en voz alta y gritar, 
    ya que nadie nos oye. Alzamos la mirada 
    hacia las numerosas ventanas –mortecinos ojos durmientes– 
    y aguardamos. La mujer se encoge de hombros 
    y se queja por la pérdida de su chal coloreado 
    que, de noche, le servía de estufa. Pero basta con arrimarse 
    a una esquina y el viento ya no es más que un soplido. 
    Sobre la calzada, consumida, hay una colilla. 
    Aquel chal procedía de Río, pero la mujer dice 
    que le alegra su pérdida, puesto que me ha encontrado. 
    Si el chal procedía de Río, hizo un viaje nocturno 
    sobre un océano bañado por la luz del gran trasatlántico. 
    A buen seguro, en noches ventosas. Era regalo de un marinero. 
    Se esfumó el marinero. La mujer me susurra 
    que, si subo con ella, me enseña su retrato 
    ensortijado y tostado por el sol. Viajaba en navíos cochambrosos 
    desoxidando las máquinas: yo le gano en belleza. 
    Sobre el asfalto hay ya dos colillas. Miramos hacia el cielo: 
    la ventana de allá arriba –me indica la mujer– es la nuestra. 
    Pero allí arriba no hay estufa. De noche, los navíos perdidos 
    tienen luces escasas o nada más que estrellas. 
    Cruzamos la calzada cogidos del brazo, jugando a calentarnos.

    Cesare Pavese (1908-1950) nació en Santo Stefano Belbo, un pequeño pueblo del Piamonte. Además de traductor y editor, fue uno de los escritores más destacados de la historia de la literatura italiana. Su carácter introspectivo y solitario marcó toda su obra, muy ligada a los lugares donde creció y caracterizada por un delicado matiz intimista. A causa de su declarado antifascismo fue confinado durante tres años por el régimen de Mussolini en una pequeña población de Calabria, experiencia que lo marcó profundamente bajo el punto de vista humano y literario. Suyas son algunas de las obras más valiosas del siglo XX italiano. Entre ellas: El diablo en las colinas (1948), La luna y las fogatas (1950) o su magnífico diario publicado póstumamente, El oficio de vivir (1952). Se suicidó en Turín con 42 años. 

    • Cada día el silencio del cuarto solitario 
      se cierra sobre el leve derroche de cada gesto 
      como el aire. Cada día la breve ventana 
      se abre inmóvil al aire que calla. La voz 
      ronca y dulce no vuelve en el fresco silencio. 

    • Cada noche supone la liberación. Se contemplan los reflejos 
      del asfalto sobre las avenidas, que se entregan, lucientes, al viento. 
      Cada esporádico transeúnte tiene un rostro, una historia. 
      Mas ya no hay cansancio a esta hora: quien se detenga 

    • Es un placer lanzarse al agua que fluye límpida 
      y fresca de sol: a esta hora no hay nadie. 
      Al rozarlas, las cortezas de los chopos te hacen estremecer 
      mucho más que el agua crepitante de un chapuzón. Bajo el 
      agua todavía está oscuro 

    • Me he encontrado a mí mismo. 
      Reflejado en el espejo 
      infinito, cintilante, 
      estoy, encorvado, envuelto en humo 
      y ni siquiera sé ya 
      si es en verdad una ilusión 
      o soy yo en cambio 
      su imagen vacía. 

    • ¿Aún ríe tu cuerpo con la intensa caricia 
      de la mano o del aire y en ocasiones reencuentra 
      en el aire otros cuerpos? Muchos de ellos retornan 
      con un temblor de la sangre, con una nada. También el cuerpo 
      que se tendió a tu flanco te busca en esta nada. 

    • El hombre solo se levanta cuando el mar está todavía oscuro 
      y las estrellan vacilan. Una tibieza de aliento 
      sube desde la orilla, donde está el lecho del mar, 
      y suaviza la respiración. Esta es la hora en que nada 
      puede suceder. Hasta la pipa, entre los dientes,