Trabajar cansa, de Cesare Pavese | Poema

    Poema en español
    Trabajar cansa

    entre los tallos delgados: la mujer le muerde los cabellos 
    y después muerde la hierba. Entre la hierba, sonríe turbada. 
    Coge el hombre su mano delgada y la muerde 
    y se apoya en su cuerpo. Ella le echa, haciéndole dar tumbos. 
    La mitad de aquel prado queda, así, enmarañada. 
    La muchacha, sentada, se acicala el peinado 
    y no mira al compañero, tendido, con los ojos abiertos. 

    Los dos, ante una mesita, se miran a la cara 
    por la tarde y los transeúntes no cesan de pasar. 
    De vez en cuando, les distrae un color más alegre. 
    De vez en cuando, él piensa en el inútil día 
    de descanso, dilapidado en acosar a esa mujer 
    que es feliz al estar a su vera y mirarle a los ojos. 
    Si con su piel le toca la pierna, bien sabe 
    que mutuamente se envían miradas de sorpresa 
    y una sonrisa, y que la mujer es feliz. Otras mujeres que pasan 
    no le miran el rostro, pero esta noche por lo menos 
    se desnudarán con un hombre. O es que acaso las mujeres 
    sólo aman a quien malgasta su tiempo por nada. 

    Se han perseguido todo el día y la mujer tiene aún las mejillas 
    enrojecidas por el sol. En su corazón le guarda gratitud. 
    Ella recuerda un besazo rabioso intercambiado en un bosque, 
    interrumpido por un rumor de pasos, y que todavía le quema. 
    Estrecha consigo el verde ramillete -recogido de la roca 
    de una cueva- de hermoso adianto y envuelve al compañero 
    con una mirada embelesada. Él mira fijamente la maraña 
    de tallos negruzcos entre el verde tembloroso 
    y vuelve a asaltarle el deseo de otra maraña 
    -presentida en el regazo del vestido claro- 
    y la mujer no lo advierte. Ni siquiera la violencia 
    le sirve, porque la muchacha, que le ama, contiene 
    cada asalto con un beso y le coge las manos. 
    Pero esta noche, una vez la haya dejado, sabe dónde irá: 
    volverá a casa, atolondrado y derrengado, 
    pero saboreará por lo menos en el cuerpo saciado 
    la dulzura del sueño sobre el lecho desierto. 
    Solamente -y esta será su venganza- se imaginará 
    que aquel cuerpo de mujer que hará suyo 
    será, lujurioso y sin pudor alguno, el de ella. 

    Cesare Pavese (1908-1950) nació en Santo Stefano Belbo, un pequeño pueblo del Piamonte. Además de traductor y editor, fue uno de los escritores más destacados de la historia de la literatura italiana. Su carácter introspectivo y solitario marcó toda su obra, muy ligada a los lugares donde creció y caracterizada por un delicado matiz intimista. A causa de su declarado antifascismo fue confinado durante tres años por el régimen de Mussolini en una pequeña población de Calabria, experiencia que lo marcó profundamente bajo el punto de vista humano y literario. Suyas son algunas de las obras más valiosas del siglo XX italiano. Entre ellas: El diablo en las colinas (1948), La luna y las fogatas (1950) o su magnífico diario publicado póstumamente, El oficio de vivir (1952). Se suicidó en Turín con 42 años. 

    • Cada día el silencio del cuarto solitario 
      se cierra sobre el leve derroche de cada gesto 
      como el aire. Cada día la breve ventana 
      se abre inmóvil al aire que calla. La voz 
      ronca y dulce no vuelve en el fresco silencio. 

    • Cada noche supone la liberación. Se contemplan los reflejos 
      del asfalto sobre las avenidas, que se entregan, lucientes, al viento. 
      Cada esporádico transeúnte tiene un rostro, una historia. 
      Mas ya no hay cansancio a esta hora: quien se detenga 

    • Es un placer lanzarse al agua que fluye límpida 
      y fresca de sol: a esta hora no hay nadie. 
      Al rozarlas, las cortezas de los chopos te hacen estremecer 
      mucho más que el agua crepitante de un chapuzón. Bajo el 
      agua todavía está oscuro 

    • Me he encontrado a mí mismo. 
      Reflejado en el espejo 
      infinito, cintilante, 
      estoy, encorvado, envuelto en humo 
      y ni siquiera sé ya 
      si es en verdad una ilusión 
      o soy yo en cambio 
      su imagen vacía. 

    • ¿Aún ríe tu cuerpo con la intensa caricia 
      de la mano o del aire y en ocasiones reencuentra 
      en el aire otros cuerpos? Muchos de ellos retornan 
      con un temblor de la sangre, con una nada. También el cuerpo 
      que se tendió a tu flanco te busca en esta nada. 

    • El hombre solo se levanta cuando el mar está todavía oscuro 
      y las estrellan vacilan. Una tibieza de aliento 
      sube desde la orilla, donde está el lecho del mar, 
      y suaviza la respiración. Esta es la hora en que nada 
      puede suceder. Hasta la pipa, entre los dientes,