Brujas a mediodía, de Claudio Rodríguez | Poema

    Poema en español
    Brujas a mediodía

       I 


    No son cosas de viejas 
    ni de agujas sin ojo o alfileres 
    sin cabeza. No salta, 
    como sal en la lumbre, este sencillo 
    sortilegio, este viejo 
    maleficio. Ni hisopo 
    para rociar ni vela 
    de cera virgen necesita. Cada 
    forma de vida tiene 
    un punto de cocción, un meteoro 
    de burbujas. Allí, donde el sorteo 
    de los sentidos busca 
    propiedad, allí, donde 
    se cuaja el ser, en ese 
    vivo estambre, se aloja 
    la hechicería. No es tan sólo el cuerpo, 
    con su leyenda de torpeza, lo que 
    nos engaña: en la misma 
    constitución de la materia, en tanta 
    claridad que es estafa, 
    guiños, mejunjes, trémulo 
    carmín, nos trastornaban. Y huele 
    a toca negra y aceitosa, a pura 
    bruja este mediodía de setiembre; 
    y en los pliegues del aire, 
    en los altares del espacio, hay vicios 
    enterrados, lugares 
    donde se compra el corazón, siniestras 
    recetas para amores. Y en la tensa 
    maduración del día, no unos labios 
    sino secas encías, 
    nos chupan de la sangre 
    el rezo y la blasfemia, 
    el recuerdo, el olvido, 
    todo aquello que fue sosiego o fiebre. 
    Como quien lee en un renglón tachado 
    el arrepentimiento de una vida, 
    con tesón, con piedad, con fe, aun con odio, 
    ahora, a mediodía, cuando hace 
    calor y está apagado 
    el sabor, contemplamos 
    el hondo estrago y el tenaz progreso 
    de las cosas, su eterno 
    delirio, mientras chillan 
    las golondrinas de la huida. 



       II 


    La flor del monte, la manteca añeja, 
    el ombligo de niño, la verbena 
    de la mañana de San Juan, el manco 
    muñeco, la resina, 
    buena para caderas de mujer, 
    el azafrán, el cardo bajo la olla 
    de Talavera con pimienta y vino, 
    todo lo que es cosa de brujas, cosa 
    natural, hoy no es nada 
    junto a este aquelarre 
    de imágenes que, ahora, 
    cuando los seres dejan poca sombra, 
    da un reflejo: la vida. 
    La vida no es reflejo 
    pero, ¿cuál es su imagen? 
    Un cuerpo encima de otro 
    ¿siente resurrección o muerte? ¿Cómo 
    envenenar, lavar 
    este aire que no es nuestro pulmón? 
    ¿Por qué quien ama nunca 
    busca verdad, sino que busca dicha? 
    ¿Cómo sin la verdad 
    puede existir la dicha? He aquí todo. 
    Pero nosotros nunca 
    tocamos la sutura, 
    esa costura (a veces un remiendo, 
    a veces un bordado), 
    entre nuestros sentidos y las cosas, 
    esa fina arenilla 
    que ya no huele dulce sino a sal, 
    donde el río y el mar se desembocan, 
    un eco en otro eco, los escombros 
    de un sueño en la cal viva 
    del sueño aquel por el que yo di un mundo 
    y lo seguiré dando. Entre las ruinas 
    del sol, tiembla 
    un nido con calor nocturno. Entre 
    la ignominia de nuestras leyes, que se alza 
    el retablo con viejo 
    oro y vieja doctrina 
    de la nueva justicia. ¿En qué mercados 
    de altas sisas el agua 
    es vino, el vino sangre, sed la sangre? 
    ¿Por qué aduanas pasa 
    de contrabando harina 
    como carne, la carne 
    como polvo y el polvo 
    como carne futura? 

    Esto no es cosa de bobos. Un delito 
    común este de andar entre pellizcos 
    de brujas. Porque ellas 
    no estudian sino bailan 
    y mean, son amigas 
    de bodegas. Y ahora, 
    a mediodía, 
    si ellas nos besan desde tantas cosas, 
    ¿dónde estará su noche, 
    dónde sus labios, dónde nuestra boca 
    para aceptar tanta mentira y tanto 
    amor?

    Claudio Rodríguez nació en 1934 en Zamora y en 1951 se trasladó a Madrid, en cuya Universidad Complutense se licenció en Filología Románica. Se dio a conocer con Don de la ebriedad, un libro deslumbrante que en 1953 ganó el Premio Adonais. De 1958 data Conjuros, su segundo libro de poemas. Fue lector de español en Inglaterra durante ocho años, primero en la Universidad de Nottingham y luego en la de Cambridge. Allí escribió Alianza y condena (1965), Premio de la Crítica de aquel año. De vuelta en España, se dedicó a la docencia universitaria, y hasta 1976 no publicó su cuarto poemario, El vuelo de la celebración. Recibió el Premio Nacional de Poesía en 1983 e ingresó en la Real Academia Española en 1987. Merecedor del Premio Príncipe de Asturias y del Premio Reina Sofía, falleció en Madrid en 1999. Su último libro, Casi una leyenda, apareció en 1991.