El oso acusado por el buey y defendido por el lobo, de Concepción Arenal | Poema

    Poema en español
    El oso acusado por el buey y defendido por el lobo

    Dio en ser carnívoro un oso 
    y tanto daño causó 
    que en breve se le formó 
    un proceso ruidoso. 

    Fijó en breve el tribunal 
    para ver su causa día; 
    un lobo le defendía 
    y era un manso buey fiscal. 

    Siendo de entrambos notorio 
    el carácter y el instinto, 
    hablar en tono distinto 
    oye absorto el auditorio. 

    Trata el lobo de piedad, 
    de compasión, de ternura, 
    y cuánto es sublime y pura 
    la dulce fraternidad. 

    Y cómo debe obtener 
    clemencia su defendido, 
    aunque un momento en olvido 
    haya puesto su deber. 

    El buey habla de castigo, 
    de justicia y escarmiento: 
    fin merecido y sangriento 
    pide para su enemigo. 

    Al que osó de aquella suerte 
    hollar la ley natural 
    haciendo a su raza mal 
    es poco darle la muerte. 

    Había en la concurrencia 
    oyendo el célebre juicio 
    un cachorrillo novicio, 
    sin mundo y sin esperiencia. 

    Que a defensor y fiscal 
    oyendo hablar, el muy bobo 
    creyó que era manso el lobo 
    y el buey un fiero animal. 

    «Con tus juicios más cuidado, 
    -díjole su madre- ten, 
    que suele serlo también 
    el que defiende a un malvado.» 

    Indicio es, y muy fatal, 
    encontrar del mal excusa; 
    quien al malvado no acusa 
    no aborrece mucho el mal. 

    En vez de esa compasión 
    del crimen en la presencia, 
    el bueno por escelencia 
    ira siente, indignación. 

    Es del malo el egoísmo 
    quien le impele a ser clemente 
    con el crimen, porque siente 
    que se defiende a sí mismo. 

    Esa gran facilidad 
    que absuelve el crimen ajeno, 
    bondad indica en el bueno, 
    y en el perverso maldad. 

    Concepción Arenal (El Ferrol, 1820 - Vigo, 1893). Estudió en Madrid Derecho, Sociología, Historia, Filosofía e idiomas, teniendo incluso que acudir a clase disfrazada de hombre. Colaboró con Fernando de Castro en el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, precedente de posteriores iniciativas en pro de la educación de la mujer como medio para alcanzar la igualdad de derechos. Dedicó buena parte de un inagotable activismo social e intelectual al estudio crítico de la realidad penal española. Se sirve de la experiencia acumulada en el desempeño de cargos oficiales de visitadora de cárceles de mujeres de A Coruña (1863) e inspectora de casas de corrección de mujeres (1868-1873) y, sobre todo, de su talento, sensibilidad e intuición para la redacción de obras que la sitúan en un puesto de gran relevancia en estudios penales europeos: Cartas a los delincuentes (1865), Estudios penitenciarios (1877). O visitador do preso (1893) es una de las obras de referencia para el estudio de las ideas centrales de su pensamiento penal. Valiente y adelantada a su tiempo, partidaria de un sistema penal moderno que hiciese posible la corrección del preso, las aspiraciones reformistas de Arenal se materializan con la llegada de la Segunda República.