El artista y el artesano, de Concepción Arenal | Poema

    Poema en español
    El artista y el artesano

    Murió, yo no sé en qué parte. 
    Un escultor afamado, 
    muy digno de ser contado 
    entre los genios del arte. 

    Vendió al punto el heredero 
    sus estatuas de más precio; 
    la más bella compró un necio 
    escultor muy chapucero. 

    Y sin que nada le arguya 
    sobre el caso la conciencia, 
    tiene la bella ocurrencia 
    de hacerla pasar por suya. 

    «Falta el ropaje y un pie; 
    pues bien, lo hago en un momento, 
    como propia la presento, 
    (dice) y fama ganaré.» 

    El robador, dicho y hecho, 
    (aprisa, que el tiempo apremia) 
    vístela, y en la Academia 
    la presenta satisfecho. 

    Ábrese la exposición, 
    pasan los indiferentes; 
    mas de los inteligentes 
    fija al punto la atención. 

    «Que es obra, dicen, se ve 
    de un artista de talento. 
    Fuera en verdad un portento 
    pero ese traje... ese pie...» 

    Y era así, que el personaje, 
    destello de un genio audaz, 
    raro y grotesco disfraz 
    tenía, en vez de ropaje. 

    Llegó el día señalado, 
    vase, en fin, el premio a dar, 
    mas su fallo al pronunciar, 
    duda el imparcial jurado. 

    «¡Bella estatua! ¡Obra maestra! 
    -dicen-; no tiene rival; 
    pero ese traje fatal 
    grande estupidez demuestra.» 

    De los jueces un señor 
    que sin duda nació juez 
    les dijo: «Por esta vez 
    llamemos aquí al autor. 

    Vuestra noble probidad 
    trate, como a ello se inclina, 
    no de seguir la rutina 
    sino de hallar la verdad.» 

    Tiene por justo el motivo 
    la artística reunión, 
    y de la estatua en cuestión 
    viene el padre putativo. 

    El juez que le hizo llamar, 
    después de observarle bien, 
    con mal oculto desdén 
    empiézale a interrogar. 

    «De esta estatua (hablad aquí 
    de la verdad el lenguaje), 
    ¿hicisteis vos el ropaje?» 
    Y el hombre afirma que sí. 

    «Entonces, andad con Dios; 
    el que tal obra ha esculpido 
    y el autor de ese vestido 
    por fuerza deben ser dos. 

    De artesanos en el gremio 
    tal vez podréis conseguir 
    dinero con qué vivir, 
    mas no del artista el premio.» 

    Hombre vano que te empleas 
    en pescar acá y allá 
    al que viene y al que va 
    las más notables ideas. 

    Mira que es tiempo perdido, 
    su alcance el necio no siente 
    y apercíbese el prudente 
    que es solo tuyo el vestido. 

    Concepción Arenal (El Ferrol, 1820 - Vigo, 1893). Estudió en Madrid Derecho, Sociología, Historia, Filosofía e idiomas, teniendo incluso que acudir a clase disfrazada de hombre. Colaboró con Fernando de Castro en el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, precedente de posteriores iniciativas en pro de la educación de la mujer como medio para alcanzar la igualdad de derechos. Dedicó buena parte de un inagotable activismo social e intelectual al estudio crítico de la realidad penal española. Se sirve de la experiencia acumulada en el desempeño de cargos oficiales de visitadora de cárceles de mujeres de A Coruña (1863) e inspectora de casas de corrección de mujeres (1868-1873) y, sobre todo, de su talento, sensibilidad e intuición para la redacción de obras que la sitúan en un puesto de gran relevancia en estudios penales europeos: Cartas a los delincuentes (1865), Estudios penitenciarios (1877). O visitador do preso (1893) es una de las obras de referencia para el estudio de las ideas centrales de su pensamiento penal. Valiente y adelantada a su tiempo, partidaria de un sistema penal moderno que hiciese posible la corrección del preso, las aspiraciones reformistas de Arenal se materializan con la llegada de la Segunda República.