El gorrión y la hormiga, de Concepción Arenal | Poema

    Poema en español
    El gorrión y la hormiga

    Iba un día cierta hormiga 
    del verano en lo más recio, 
    sudando a más y mejor, 
    camino de su granero. 
    Salió al paso y la detuvo 
    un gorrión muy atento, 
    haciendo una cortesía 
    cual pudiera un palaciego. 
    Ella fría contestóle 
    fundada, a lo que yo creo, 
    de previsora en la fama 
    que goza en el mundo entero. 
    Se acercó el pájaro más 
    y dijo en sumiso acento: 
    «Yo voy, señora, a pediros 
    un favor de mucho precio, 
    y a su valor será igual 
    mi gratitud y respeto. 
    Único, hermoso, querido. 
    Muy joven un hijo tengo 
    y quisiera educación 
    darle mejor que me dieron. 
    Sé que debiera enseñarle 
    yo mismo con el ejemplo. 
    Mas criéme en el desorden 
    y reformarme no puedo. 
    Para corregir sus vicios 
    halla poca fuerza un viejo, 
    pero el rapaz no los tiene 
    ni inveterados defectos; 
    y al ver vuestra economía, 
    vuestra exactitud y arreglo, 
    y que, de previsión tanta, 
    por fruto debido y cierto 
    tenéis la misma abundancia 
    en agosto que en enero, 
    mientras el hambre devora 
    a todos sus compañeros 
    que a centenares perecen 
    si es riguroso el invierno, 
    comprenderá cuánto importa 
    ser parco en el alimento. 
    Si quisierais enseñarle 
    su apetito conteniendo, 
    con un año de lecciones 
    y acaso, acaso con menos, 
    llegará tal vez a ser 
    un gorrión de provecho. 
    En cuanto a los honorarios 
    no dudéis que será el premio 
    proporcionado al servicio 
    que yo más que nadie precio.» 
    Quiso excusarse la hormiga 
    con mil frívolos pretextos 
    que el pájaro con razones 
    echaba por tierra luego, 
    hasta que al fin acosada 
    díjole claro: «No quiero.» 
    Impelido el gorrión 
    por el cariño paterno, 
    escuchando la repulsa 
    irritóse hasta el extremo 
    de amenazar con la muerte 
    al desventurado insecto. 
    Ella, al verle tan furioso, 
    toda temblando de miedo, 
    con tono humilde y contrito 
    echóse a sus pies diciendo: 
    «¡Piedad, señor! Yo disfruto 
    la fama que no merezco; 
    yo no guardo en el verano 
    víveres para el invierno. 
    Que paso como dormida 
    en profundísimo sueño; 
    y he aquí por qué los rigores 
    nunca del hambre padezco.» 
    Admiróse el gorrión 
    del revelado secreto, 
    y aunque le pareció ver 
    en su energía y acento 
    el aire de la verdad, 
    quedóse un tanto perplejo; 
    lo cual notado que fue 
    por el afligido insecto 
    dijo: «Si por el temor 
    habéis creído que miento, 
    un sabio naturalista 
    que vive de aquí no lejos, 
    decir puede sobre el caso 
    lo que haya de falso o cierto.» 
    Parecióle al gorrión 
    muy razonable aquel medio, 
    y buscó al naturalista 
    y hallóle, por dicha, luego. 
    Díjole en cuatro palabras 
    de educación su proyecto, 
    las excusas de la hormiga, 
    sus dudas y sus deseos. 
    El sabio le respondió: 
    «Dice verdad el insecto.» 
    «Pero, señor, todo el mundo 
    piensa al revés.» «Ya lo creo. 
    Un hombre con ojos sanos 
    ve más que un millón de ciegos. 
    Como juzgar quieren todos 
    y el observar es molesto, 
    a salga lo que saliere, 
    hora a diestro, hora a siniestro, 
    al prójimo le atribuyen 
    cualidades o defectos, 
    deprimiendo la virtud 
    o quemando al vicio incienso. 
    Y este mal, que ya es antiguo, 
    tiene difícil remedio 
    si no adquieren propia voz 
    los hombres que ahora son ecos.» 
    Despidióse el gorrión 
    cabizbajo al oír esto, 
    y cuando estuvo a sus solas 
    dijo para su coleto: 
    «Así de prudente y grave 
    fama se adquiere y provecho, 
    ¡así se juzgan las cosas! 
    ¡Pues, señor, estamos frescos! 
    Según me ha dicho este hombre 
    que parece hombre de seso, 
    en el mundo se equivoca 
    lo blanco con lo que es negro. 
    Y si persisto en buscar 
    mentor a mi rapazuelo 
    he de hallar muchas virtudes 
    como ésta del hormiguero.» 

    Concepción Arenal (El Ferrol, 1820 - Vigo, 1893). Estudió en Madrid Derecho, Sociología, Historia, Filosofía e idiomas, teniendo incluso que acudir a clase disfrazada de hombre. Colaboró con Fernando de Castro en el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, precedente de posteriores iniciativas en pro de la educación de la mujer como medio para alcanzar la igualdad de derechos. Dedicó buena parte de un inagotable activismo social e intelectual al estudio crítico de la realidad penal española. Se sirve de la experiencia acumulada en el desempeño de cargos oficiales de visitadora de cárceles de mujeres de A Coruña (1863) e inspectora de casas de corrección de mujeres (1868-1873) y, sobre todo, de su talento, sensibilidad e intuición para la redacción de obras que la sitúan en un puesto de gran relevancia en estudios penales europeos: Cartas a los delincuentes (1865), Estudios penitenciarios (1877). O visitador do preso (1893) es una de las obras de referencia para el estudio de las ideas centrales de su pensamiento penal. Valiente y adelantada a su tiempo, partidaria de un sistema penal moderno que hiciese posible la corrección del preso, las aspiraciones reformistas de Arenal se materializan con la llegada de la Segunda República.