Quiso retratarse un tuerto,
llamó al efecto a un pintor,
y no tuvo el buen señor
en verdad, muy buen acierto.
Retratole de perfil
del lado del ojo sano,
y el hombre le dijo: «Hermano,
este no es Mateo Gil.
Y es grande puerilidad;
tuerto soy de todos modos;
¿cuando pueden verla todos,
a qué ocultar la verdad?
Venga, pues, otro retrato,
que pronto a pagarle estoy,
mas no quiero, por quien soy,
pasar por un mentecato.»
Y haciendo nuevo concierto
el pintor adocenado
lleva el perfil dibujado
del lado del ojo tuerto.
Gil le dice: «Pues reniego
de tan singular artista;
¿con que allí con buena vista
aparezco, y aquí ciego?
Es una idea excelente
y de admirarla no acabo;
o no te doy ni un ochavo,
o me retratas de frente.»
«En subterfugios sutiles
¿a qué andar? Es excusado.
Confieso a usted mi pecado:
no sé hacer más que perfiles.»
Lo mismo que este pintor
hace el vulgo de los jueces,
perjudicando unas veces,
y otras haciendo favor.
Y es absurdo, vive dios,
que por torpeza o por dolo,
nos pinten de un lado solo
no siendo iguales los dos.