Iba un día con su abuelo
paseando un colegial,
y debajo de un peral
halló una pera en el suelo.
Mírala, cógela, muerde,
mas presto arroja el bocado
que muy podrido de un lado
estaba, y del otro verde.
«Abuelo, ¿cómo será
-decía el chico escupiendo-
que esta pera que estoy viendo
podrida aunque verde está?»
El anciano con dulzura
dijo: «Vínole ese mal
por caerse del peral
sin que estuviera madura.»
Lo propio sucede al necio
que estando en la adolescencia
desatiende la prudencia
de sus padres con desprecio.
Al que en sí propio confía
como en recurso fecundo
e ignorando lo que es mundo
engólfase en él sin guía.
Quien así intenta negar
la veneración debida
en el campo de la vida
se pudre sin madurar.