Si no hubo malicia o yerro 
de la historia en el relato, 
estábase cierto gato 
mano a mano con un perro. 
Ponderaba entusiasmado 
de su maña en recompensa, 
sus asaltos de despensa 
sus victorias de tejado: 
«Ya descuelgo una morcilla 
aunque esté lejos del suelo, 
ya en el sótano me cuelo, 
ya sorprendo una guardilla. 
Si es lerda la fregatriz 
¡ay qué almuerzos!: Una polla 
o la carne de la olla 
y el besugo y la perdiz. 
Aunque me dicen ¡maldito! 
La maldición no me alcanza; 
tenga yo llena la panza, 
lo demás importa un pito. 
No se yo por qué aprensión 
estás siempre con tu tema, 
es muy sencillo el dilema: 
comer mal o ser ladrón. 
No sabes lo que es buen queso, 
ni buen pescado, ni flan, 
ni otra cosa que mal pan 
o algún descarnado hueso. 
Y en vez de la libertad 
que en mi tejado poseo, 
ir con tu amo de paseo 
sujeto a su voluntad. 
¿Y cuál es de esa virtud 
el gran premio, las delicias?: 
Cuatro inútiles caricias, 
el hambre y la esclavitud. 
Te luces por San Martín, 
si tal galardón pretendes.» 
«Hablas de lo que no entiendes, 
-respondió grave el mastín-; 
no tengo grandes regalos 
como te sucede a ti; 
mas tampoco andan tras mí 
a maldiciones y a palos. 
Dirás que entre veces mil 
diez apenas te darán, 
más vale cariño y pan 
que odio con dulce y pernil. 
¿Te sonríes con malicia? 
Te sonríes y no lloras, 
¡miserable!, porque ignoras 
lo que vale una caricia. 
Gustárasla una vez sola, 
esta que ventura llamo, 
cuando me acaricia el amo 
y yo meneo la cola. 
Cuando alguno me hace mal 
o si hacérmelo pretende, 
mi defensa al punto emprende 
aun con riesgo personal. 
Con el afán y el ahínco 
que me abalanzo a su cuello, 
y el placer que tengo en ello 
y (a su) alrededor corro y brinco. 
Entonces no esclavitud 
en la mansedumbre vieras, 
ni tonterías dijeras 
que es la dulce gratitud. 
¡Que no tengo libertad! 
¡Que la tienes tú mayor! 
¿No sigo a mi bienhechor 
por cariño y voluntad? 
¿De que no puedes gozar 
que gozar no debo infieres? 
¡Miserable! Hay más placeres 
que el de comer y robar; 
hay más... Pero fuera yerro 
decírselo al mentecato 
que... ¿Puede entender un gato 
la felicidad de un perro? 
¿Sabe el goloso ruin 
la dicha exenta de hiel 
que en ser querido y ser fiel 
puede tener un mastín?» 
Y del perro entusiasmado 
era el razonar tan grave 
que responderle no sabe 
el gato, y vase cortado. 
Consejo encierra y profundo 
del perro y gato la historia, 
trayendo a nuestra memoria 
lo que sucede en el mundo. 
El bien que a todos excede 
suele no llamarse bien, 
y aun le mira con desdén 
el que alcanzarle no puede. 
Mas el juego y la carroza 
y la alfombrada escalera, 
eso lo entiende cualquiera 
porque cualquiera lo goza. 
Y la común medianía 
ni muy buena ni muy mala, 
ve del perverso la gala 
sin comprender su agonía. 
Que juzgando por sí mismo 
juzga el vulgo siempre mal 
el dolor del criminal 
y el placer del heroísmo. 
Y si penetrar pudiera 
de entrambos el corazón, 
que ha envidiado sin razón 
y que ha desdeñado viera. 
Extraviada multitud 
no creas en la ventura 
de la indigna criatura 
que escarnece la virtud. 
Concepción Arenal (El Ferrol, 1820 - Vigo, 1893). Estudió en Madrid Derecho, Sociología, Historia, Filosofía e idiomas, teniendo incluso que acudir a clase disfrazada de hombre. Colaboró con Fernando de Castro en el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, precedente de posteriores iniciativas en pro de la educación de la mujer como medio para alcanzar la igualdad de derechos. Dedicó buena parte de un inagotable activismo social e intelectual al estudio crítico de la realidad penal española. Se sirve de la experiencia acumulada en el desempeño de cargos oficiales de visitadora de cárceles de mujeres de A Coruña (1863) e inspectora de casas de corrección de mujeres (1868-1873) y, sobre todo, de su talento, sensibilidad e intuición para la redacción de obras que la sitúan en un puesto de gran relevancia en estudios penales europeos: Cartas a los delincuentes (1865), Estudios penitenciarios (1877). O visitador do preso (1893) es una de las obras de referencia para el estudio de las ideas centrales de su pensamiento penal. Valiente y adelantada a su tiempo, partidaria de un sistema penal moderno que hiciese posible la corrección del preso, las aspiraciones reformistas de Arenal se materializan con la llegada de la Segunda República.