Un chico travieso y tal
como suelen los más ser,
por jugar o por correr,
rompió un vaso de cristal.
«Era grande, hermoso, claro,
-suspirando se decía-;
tan hermoso que, a fe mía,
hubo de costar bien caro.
¡Bien caro, válgame Dios!
¿Y qué habré de responder...?
Mas se puede componer...
Sólo se ha partido en dos.
Guardaréle, sí; mi madre
quien lo componga hallará.»
Y en esto pensando está
cuando aparece su padre.
Algo al verle se asustó
de aquella visita ajeno;
mas como el hombre era bueno,
el muchacho no mintió.
«Padre, tendrá compostura,
será menor así el mal.»
«No, hijo mío, que el cristal
tiene mala soldadura.»
«Pues vi componer un jarro,
y una fuente, y un barreño
muy grande, y otro pequeño.»
«Cierto, porque era de barro.»
Y aunque es posible quizás
del cristal la compostura,
quedará poco segura,
siendo inútil además.
De barro una tosca pieza
sirve aunque esté remendada;
mas condición no excusada
es en cristal la belleza.
Conserva roto ese vaso,
encierra en ti una lección
que, si tienes corazón,
un día te vendrá al caso:
como el barro compostura,
tiene en nuestra sociedad
toda vulgar amistad,
y rota y compuesta dura;
pero no siendo vulgar,
si fuere grande, sublime
y se rompe, sufre y gime,
mas no la quieras soldar.