La losa decía a fecha de su muerte.
Me detuve a la vista de sus dos apellidos.
Una virgen casada reposaba.
Se casó en este sitio invadido de lluvias
que descubrí un buen día por azar,
antes que en el regazo de mi madre oyera
o viera en la caracola del espejo
el hablar de la lluvia a través de su frío corazón
y al sol asesinado en su semblante.
No puede decir más la gruesa piedra.
Antes de que ella se tendiera en la cama de un extraño
con una mano hundida entre su pelo,
antes que una lengua lluviosa devolviera los golpes
a través de diabólicos años y muertes inocentes
hasta llegar al cuarto de algún hijo secreto,
oí decir más tarde entre los hombres
que lloró al ver desnudos
sus miembros ataviados de blanco
y contemplar sus colorados labios
ennegrecidos por los besos;
que lloró en su dolor con muecas en el rostro,
y que habló y lagrimeó
aunque sonriera su mirada.
Yo que vi en una rápida película
a esta loca heroína y a la muerte
encontrarse una vez, sobre un muro mortal
la oí hablar a través del astillado pico
del pájaro de piedra que la guarda:
'Morí antes que llegara
la hora de ir al lecho
pero rugió mi vientre mientras tanto
y sentí en la desnudez de mi caída
una cabeza roja y áspera que irrumpía llameante
y el amado diluvio de su pelo”.