Al principio era la estrella de tres puntas,
única sonrisa de luz a través de la cara vacía;
única rama de hueso a través del aire enraizado
la sustancia partida que fue la médula del sol primero;
y ardientes cifras en el curvo espacio
iban mezclando el cielo y el infierno en su ronda.
Al principio era la firma pálida,
trisílaba y estrellada como la sonrisa;
y vinieron después las huellas sobre el agua,
el sello de la cara acuñada en la luna;
la sangre que tocaba el árbol de la cruz y el cáliz
tocó la primera nube y en ella dejó un signo.
Al principio era el fuego ascendente
que encendía con una chispa las atmósferas,
chispa de ojos rojizos, chispa de triplicados ojos,
brusca como una flor;
se irguió la vida a chorros de los mares rodantes,
estalló en las raíces, arrancó de la tierra y la roca
los aceites secretos que impulsan la hierba.
Al principio era la palabra, la palabra
que de las sólidas bases de la luz
le sustrajo todas las letras al vacío;
y de las bases nubladas del aliento
la palabra fluyó, y al corazón tradujo
los primeros indicios de nacimiento y muerte.
Al principio era la mente secreta,
la mente estaba encarcelada y soldada al pensamiento
antes que la pendiente se bifurcara rumbo a un sol;
antes que las venas se sacudieran en sus cedazos
se disparó la sangre y esparció hacia los vientos de la luz
la costilla original del amor.