No entres dócilmente en esa noche quieta. La vejez debería delirar y arder cuando se cierra el día; Rabia, rabia, contra la agonía de la luz.
Aunque los sabios al morir entiendan que la tiniebla es justa, porque sus palabras no ensartaron relámpagos no entran dócilmente en esa noche quieta.
Los buenos, que tras la última inquietud lloran por ese brillo con que sus actos frágiles pudieron danzar en una bahía verde rabian, rabian contra la agonía de la luz.
Los locos que atraparon y cantaron al sol en su carrera y aprenden, ya muy tarde, que llenaron de pena su camino no entran dócilmente en esa noche quieta.
Los solemnes, cercanos a la muerte, que ven con mirada deslumbrante cuánto los ojos ciegos pudieron alegrarse y arder como meteoros rabian, rabian contra la agonía de la luz.
Y tú mi padre, allí, en tu triste apogeo maldice, bendice, que yo ahora imploro con la vehemencia de tus lágrimas. No entres dócilmente en esa noche quieta. Rabia, rabia contra la agonía de la luz.
La luz irrumpe donde ningún sol brilla, donde no se alza mar alguno, las aguas del corazón impulsan sus mareas; Y, como rotos fantasmas con tocas de luciérnagas las cosas de la luz desfilan por la carne, donde no hay carne alguna que atavíe los huesos.
Jamás hasta que la humanidad hacedora de la bestia, el pájaro y la flor, del procrear y toda la oscuridad humillante, diga con el silencio la última luz rompiente y la hora tranquila haya venido desde el mar brincando en su montura,
Al principio era la estrella de tres puntas, única sonrisa de luz a través de la cara vacía; única rama de hueso a través del aire enraizado la sustancia partida que fue la médula del sol primero; y ardientes cifras en el curvo espacio
Y la muerte no tendrá dominio. Los hombres desnudos han de ser uno solo con el hombre en el viento y la luna poniente; cuando sus huesos queden limpios y los limpios huesos se dispersen, ellos tendrán estrellas en el codo y en el pie;
Cumplía treinta años, mi aniversario despertó hacia el cielo cuando oí cómo hacía señales la mañana con la oración del agua y el grito de cornejas y gaviotas y el roce de las barcas en el muro trenzado por las redes desde el puerto y los bosques vecinos
cuando imita al Adán que el mar sorbiera en su casco vacío, Mitad de la madre camarada cuando salpica con su leche lasciva la zambullida del mañana, las sombras bifurcadas por el hueso del trueno saltan hacia la sal que no ha nacido.
Este pan que yo parto fue alguna vez avena, este vino en un árbol extranjero se zambulló en su fruta; durante el día el hombre y por la noche el viento segaron las cosechas, rompieron el gozo de la uva.