A menudo en las noches de invierno la luz de media luna
ve por un ventanal
de frondas y pestañas a los hombres rascando deslizando en la tumba
una infancia con lengua de lechuza donde hay aves y árboles fríos,
o ahogados agua abajo en las iglesias de los durmientes visitadas por peces
observando el gritar de los mares mientras la nieve vuela
y cabalga entre chispas,
el hielo centellea y los granos de arena patinan en las hayas.
Y a menudo por las ventanas de medianoche ve a los hombres
con ojos invernales,
la noche conjurada de la lluvia del norte en un diluvio
de fuegos de artificio,
la Osa Mayor levantando las nieves de su voz para quemar los cielos.
Y así los hombres duermen un camino lechoso por entre el frío,
inmovilizan las olas
o pisan trueno y aire en un bosque sin pájaros, helado,
sobre el párpado del norte donde sólo el silencio se mueve,
o dormidos acechan entre relámpagos y oyen hablar a las estatuas,
la lengua oculta en el jardín fundido cantar igual que un tordo
y la blanda nevada extraer un repique del pómulo de mármol,
ahogados que ya duermen agua y sonido abajo raspan la calle, espectros
sumergidos en lagos donde la pesadilla de mejillas rosadas
se mueve como un pez,
sobre los adoquines va el Arca a la deriva, la oscuridad navega en una flota
o, quedándose quieta, trepa por la colina volada por la nieve
cuyas cavernas guardan la astilla de marfil del toro de la nieve,
vértebra fósil de la foca de esqueleto marino, huella helada
del pterodáctilo.
Pájaros, árboles, osa y pez, estatuas que cantan, diluvios y focas
se escabullen del durmiente despierto que espera en la mañana
de invierno, a solas en su mundo, viendo pasar el tráfico de Londres.