Los hicimos con la imagen de nuestros miedos para llorar en las puertas, en las despedidas- aún las más breves. A rogar por comida en la mesa y para mirarnos con esos ojos enormes dolorosos, y para quedarse a nuestro lado cuando nuestros hijos nos huyen, y para dormir en nuestras camas en las noches más oscuras, y temblar cuando truena como nosotros en nuestros miedos infantiles. Los hemos hecho de ojos tristes, amorosos, leales, miedosos de la vida sin nosotros. Hemos cultivado su dependencia y pena. Los mantenemos como recordatorios de nuestro miedo. Los amamos como los anfitriones sin reconocimiento de nuestro propio terror de la tumba-y del abandono. Sostén mi pata que me estoy muriendo. Duerme sobre mi ataúd, espérame, con ojos tristes en medio del camino que hace curva más allá de la pared del cementerio. Te oigo ladrar, yo escucho tu aullido luctuoso- oh, que todos los perros que yo he amado lleven mi ataúd, aúllen al cielo sin luna, y se acuesten conmigo durmiendo cuando me haya muerto.
Aquí, en el fin del mundo, las flores sangran como si fueran corazones; los corazones exudan una oscuridad parecida a la tinta china donde los poetas mojan sus plumas y escriben.
No querrás de veras ser poet(is)a. Primero, si eres mujer, tienes que ser tres veces mejor que cualquiera de los hombres. Segundo, tienes que acostarte con todo el mundo. Y tercero, tienes que haberte muerto. Poeta masculino, en conversación.
Los hicimos con la imagen de nuestros miedos para llorar en las puertas, en las despedidas- aún las más breves. A rogar por comida en la mesa y para mirarnos con esos ojos enormes dolorosos, y para quedarse a nuestro lado
Envidio a los hombres que pueden anhelar con infinita vaciedad el cuerpo de una mujer, que esperan que su anhelo haga un niño, que su oquedad misma fertilice lo oscuro.