No sé cuántas almas tengo a cada momento mudo. Continuamente me extraño. Nunca me vi ni encontré. De tanto ser, sólo tengo alma. Quien tiene alma no tiene calma. Quien ve es sólo lo que ve, quien siente no es quien es, atento a lo que soy y veo, me vuelvo ellos y no yo. Cada sueño mío o deseo es de lo que nace y no mío. Soy mi propio paisaje; asisto a mi pasar, diverso, móvil y solo, no sé sentirme donde estoy. Por eso, ajeno, voy leyendo como páginas, mi ser. lo que sigue no previendo, lo que pasó para olvidar. Anoto al margen de lo que leí lo que creí que sentí. Releo y digo: '¿fui yo?' Dios sabe por qué lo escribí.
La música, sí, la música... Piano banal del piso de enfrente. La música en todo caso, la música... Aquello que viene a buscar el llanto inmanente de toda criatura humana. Aquello que viene a torturar la calma con el deseo de una calma mejor... La música...
Ven a sentarte conmigo, Lidia a la orilla del río. Con sosiego miremos su curso y aprendamos que la vida pasa, y no estamos cogidos de la mano. (Enlacemos las manos.)
Ella canta, pobre segadora, creyéndose feliz tal vez; canta y siega, y su voz, llena de alegre y anónima viudez, ondula como un canto de ave en el aire limpio como umbral, y hay curvas en la trama suave del sonido que tiene al cantar.
Me sucedió desde lo alto del infinito esta vida. A través de neblinas, de mi propio yermo ser, humos primeros, vine ganando, y a través de extraños ritos
¡Sosiégate, corazón! ¡No desesperes! Tal vez un día más allá de los días encuentres lo que quieres porque no lo quieres. Entonces, libre de falsas nostalgias, alcanzarás la perfección de ser.