Llueve a cántaros.
La piel es como un cristal.
Vida en cascada.
Paisaje y compañía
dispersos en la memoria.
El rastro de las caricias sobre
el vaho de lo inconfesable.
No puedo quitarme,
no puedo sacar de mi cabeza
la memoria flácida y marmórea carne
más allá de esta frontera epidérmica
que una viva imagen de muerte ignora.
No puedo olvidar
ni la imagen ni tragarme
la vergüenza ajena que me señala:
culpable, pudiste y no hacer nada
es el poso de esta desdicha.
No puedo amar enteramente o
dormir enteras las noches;
no puedo ignorar las vallas al horizonte,
no puedo perdonar
eso que somos todos y no se aguanta.