Se ha perdido un hombre calvo, de ojos claros. Se ignora su nombre. Ya no tiene años. Confunde su vida con lo que ha inventado. Viste como todos. No es ni alto ni bajo. // Se ha perdido un hombre que salió buscando algo cuyo nombre ya se le ha olvidado. Si alguien se lo encuentra, diríjale al cuatro de Juan de Bilbao Donostia (España). Le estoy esperando
El amor y la tierra se abrazan sollozando, y la arcilla y el ansia, y el hombre nuevo nace. —¿De dónde vienes, dime; di, amigo, adónde vienes? (Unos pájaros largos volaban sobre el llano).
Uno va, viene y vuelve, cansado de su nombre; va por los bulevares y vuelve por sus versos, escucha el corazón que, insumiso, golpea como un puño apretado fieramente llamando, y se sienta en los bancos de los parques urbanos,
Esta tarde –mar, pinares, azul–, suspendido entre los brazos ligerísimos del aire y entre los tuyos, dulce, dulce mía, un ritmo palpitante me cantaba: es fácil y, a veces, casi alegre.
Me asomo a mi agujero pequeñito. Fuera suena el mundo, sus números, su prisa, sus furias que dan a una su zumba y su lamento. Y escucho. No lo entiendo.
Yo me siento. Tú te sientes. Nos sentimos, estamos juntos. Somos terriblemente dichosos, como el cielo siempre azul, como el espanto, como la luz que es la luz, como el espacio. . Si ahora me preguntaran por qué estoy tan contento,
Como si todo estuviera de nuevo comenzando puesto que el dios sólo existe en tanto que instantáneo, fulgurante, terrible y ¡ah!, por eso no se dice ni puede repetirse -¡tanto si bien se mira se parece a la muerte!-,
Era una casa grande, vacía, llena de ecos, con veinte ventanales abiertos hacia el mar. Y el mar sonaba triste contra el acantilado como el destino sueña y acaba por matar. Era una casa rara porque nada pasaba y siempre parecía que algo iba a pasar.