Acis y Galatea, de Jaime Siles | Poema

    Poema en español
    Acis y Galatea

    Ese cuerpo labrado como plata, 
    ese oro, esa túnica, esa piel, 
    ese color que tiñe la escarlata 
    corola del pistilo de un clavel; 

    ese cielo de cárdenos espacios, 
    esa carne que tiembla en el vaivén 
    de las rodillas y de los topacios 
    nos dicen que este cuadro es de Poussin. 

    El resplandor del sol en los minutos 
    del gris del agua sobre el gouache del gres, 
    el césped de corales diminutos 
    que puntean las puntas de sus pies; 

    el placer de los vicios absolutos, 
    el maquillado estambre, el cascabel 
    de sus tacones, los ojos resolutos 
    disueltos en vidrieras de bisel; 

    las dunas de su cuerpo y esas manos 
    que la luz difumina en el papel 
    de este poema dicen que eran vanos 
    ese oro, esa túnica, esa piel. 

    La chica que los mira aquí a mi lado 
    es más real que el lienzo y que el pincel: 
    hace un gesto de geisha emocionado, 
    más certero, más cierto, más rimado 
    de rimmel que la estrofa del clavel. 

    El cuadro del museo que miramos 
    no está en la sala, ni en el Louvre, ni en 
    la Tate Gallery, el Ermitage o Samos, 
    y no es -ni por asomo- de Poussin. 

    El cuadro del museo que miramos, 
    Acis y Galatea, ella y él, 
    somos nosotros mismos mientras vamos 
    -ojo, labio, boca, lengua, mano- 
    sobre la carne del amor humano 
    ensortijando flores, cuerpos, ramos 
    de un verano mejor que el del pincel.