Ese cuerpo labrado como plata,
ese oro, esa túnica, esa piel,
ese color que tiñe la escarlata
corola del pistilo de un clavel;
ese cielo de cárdenos espacios,
esa carne que tiembla en el vaivén
de las rodillas y de los topacios
nos dicen que este cuadro es de Poussin.
El resplandor del sol en los minutos
del gris del agua sobre el gouache del gres,
el césped de corales diminutos
que puntean las puntas de sus pies;
el placer de los vicios absolutos,
el maquillado estambre, el cascabel
de sus tacones, los ojos resolutos
disueltos en vidrieras de bisel;
las dunas de su cuerpo y esas manos
que la luz difumina en el papel
de este poema dicen que eran vanos
ese oro, esa túnica, esa piel.
La chica que los mira aquí a mi lado
es más real que el lienzo y que el pincel:
hace un gesto de geisha emocionado,
más certero, más cierto, más rimado
de rimmel que la estrofa del clavel.
El cuadro del museo que miramos
no está en la sala, ni en el Louvre, ni en
la Tate Gallery, el Ermitage o Samos,
y no es -ni por asomo- de Poussin.
El cuadro del museo que miramos,
Acis y Galatea, ella y él,
somos nosotros mismos mientras vamos
-ojo, labio, boca, lengua, mano-
sobre la carne del amor humano
ensortijando flores, cuerpos, ramos
de un verano mejor que el del pincel.
El puente de Colonia:
dos leones vigilan
el agua por debajo,
el aire por arriba.
Dos leones de bronce
con su mirada fija
sobre el río y el puente,
sobre el tren y la vía.
Dos leones de bronce
sobre el Rhin se extasían
A Marifé y Pepe Piera
I
Se te puede buscar bajo un ciprés de espuma,
en los dedos del aire, metálico del sueño,
en un volcán de pájaros incendiados de nieve
o en las olas sin voz de los peces de plata.
Ese cuerpo labrado como plata,
ese oro, esa túnica, esa piel,
ese color que tiñe la escarlata
corola del pistilo de un clavel;
A Pedro Laín Entralgo
La falda, los zapatos,
la blusa, la melena.
El cuello con sus rizos.
El seno con su almena.
El neón de los cines
en su piel, en sus piernas.
Y en los leves tobillos,
una luz violeta.
Mi vida a cambio de dos o tres cerillas.
Mi vida a cambio de sorbos de cognac.
Mi vida a cambio de dos o tres colillas.
Mi vida a cambio de este cul-de-sac.
Mi vida a cambio de litros de bencina.
Mi vida a cambio del cónico coral.
Del resplandor de rosas ruborosas
de convexos contornos carmesíes,
de perfiles enhiestos en rubíes
y de lentas magnolias temblorosas,
de voltaicas vidrieras acuosas,
de topacios en jades genolíes,
de zafiros incisos sobre síes,
Amor bajo las jarcias de un velero,
amor en los jardines luminosos,
amor en los andenes peligrosos
y amor en los crepúsculos de enero.
Hoy todas las palabras me vinieron a ver.
Iban todas vestidas y yo las desnudé.
Tenían agua dentro y yo se la quité.
Bebí toda su agua y me quedó su sed.
No me quedó su habla: me quedó su mudez.