Del resplandor de rosas ruborosas de convexos contornos carmesíes, de perfiles enhiestos en rubíes y de lentas magnolias temblorosas, de voltaicas vidrieras acuosas, de topacios en jades genolíes, de zafiros incisos sobre síes, y de fúrgidas ráfagas furiosas es el color que incendia la belleza. Una columna surge que atraviesa y en los ejes del aire se aventura. No accidente, no azar, sino certeza, piedra que se levanta en lo que dura la sola imagen de su luz ilesa.
El puente de Colonia: dos leones vigilan el agua por debajo, el aire por arriba. Dos leones de bronce con su mirada fija sobre el río y el puente, sobre el tren y la vía. Dos leones de bronce sobre el Rhin se extasían
Se te puede buscar bajo un ciprés de espuma, en los dedos del aire, metálico del sueño, en un volcán de pájaros incendiados de nieve o en las olas sin voz de los peces de plata.
Mi vida a cambio de dos o tres cerillas. Mi vida a cambio de sorbos de cognac. Mi vida a cambio de dos o tres colillas. Mi vida a cambio de este cul-de-sac. Mi vida a cambio de litros de bencina. Mi vida a cambio del cónico coral.
Del resplandor de rosas ruborosas de convexos contornos carmesíes, de perfiles enhiestos en rubíes y de lentas magnolias temblorosas, de voltaicas vidrieras acuosas, de topacios en jades genolíes, de zafiros incisos sobre síes,
Hoy todas las palabras me vinieron a ver. Iban todas vestidas y yo las desnudé. Tenían agua dentro y yo se la quité. Bebí toda su agua y me quedó su sed. No me quedó su habla: me quedó su mudez.