El puente de Colonia:
dos leones vigilan
el agua por debajo,
el aire por arriba.
Dos leones de bronce
con su mirada fija
sobre el río y el puente,
sobre el tren y la vía.
Dos leones de bronce
sobre el Rhin se extasían
viendo pasar el agua,
viendo pasar la vida.
Quién pudiera como ellos
quedarse en esta orilla,
viendo pasar el agua,
viendo pasar la vida.
Quién pudiera quedarse
mirando lejanías:
el agua bajo el puente,
el aire sólo arriba.
Quién pudiera quedarse,
como el verdín encima
de sus melenas, fuera
del bronce de la vida.
Quién pudiera quedarse
quieto, quieto, sin prisa,
viendo pasar los años,
las horas y los días,
viendo pasar el puente
de Colonia deprisa
sobre el agua y el aire
de color amatista.
Quién pudiera, leones,
del bronce de la vida
detener las visiones,
arrancar las esquirlas.
Quién pudiera, de pronto,
una tarde imprevista,
anochecer león
y despertarse brisa.
Del puente de Colonia
ser un león vigía,
con el verdín disuelto
en la melena umbría.
Con los ojos abiertos
al río de la vida,
el agua por debajo,
el aire por arriba,
viendo pasar las horas,
los años y los días,
sin llegar hasta el punto
en que todo termina.
Ser un león de bronce
con la mirada erguida,
con el verdín disuelto
y la melena umbría.
¡Qué buen león de bronce,
qué buen león sería:
asomado a la nada
del puente de la vida,
oyendo día y noche,
oyendo noche y día
el blanco son del agua
de la melancolía!
Pasarían los trenes
y los perseguiría
con la mirada, sólo
con la mirada mía.
Pasarían las tardes
y las despediría
con un adiós de llamas
en mi frente prendidas.
Pasarían las nubes
y las saludaría
con mis uñas de bronce
y el verdín de mi vida.
Ser un león de bronce
con la mirada fija
como los de Colonia
sobre el agua y la vida.
Ser un león de bronce
con verdín de los días,
o, como el de Valencia,
que casi sonreía,
con sus fauces abiertas
y su boca vacía,
que rozaba mi mano
y no me la mordía.
El león de Correos
con su cabeza fija
esperando una carta
que no recibiría.
Como ellos y él,
leones de mi vida,
sobre el Rhin, sobre el mármol,
quién pudiera algún día
decir adiós a todo,
adiós a cada día,
a todo lo que pasa
por nuestra pobre vida
y que se queda ¿dónde,
en qué mirada fija
de qué viejo león,
de qué remota brisa,
de qué verdín de bronce,
de qué Colonia vista?,
¿de qué, de qué, decidme
está hecha nuestra vida?
El puente de Colonia:
dos leones vigilan
el agua por debajo,
el aire por arriba,
mientras pasan los trenes
hacia la lejanía
y pasamos los hombres
por el Rhin, por las vías.
Leones de Colonia,
¿qué veis mientras os miran:
el dolor de los hombres
o el verdín de los días?,
¿qué queda en vuestros ojos
de nuestra pobre vida:
la luz de la mañana
o la tarde abolida?,
¿qué queda de nosotros
en vuestra frente fija:
el deseo de ser
o la derrota sida?
¿Qué queda de nosotros:
qué acaba, qué germina?