Balada del puente de Colonia, de Jaime Siles | Poema

    Poema en español
    Balada del puente de Colonia

    El puente de Colonia: 
    dos leones vigilan 
    el agua por debajo, 
    el aire por arriba. 
    Dos leones de bronce 
    con su mirada fija 
    sobre el río y el puente, 
    sobre el tren y la vía. 
    Dos leones de bronce 
    sobre el Rhin se extasían 
    viendo pasar el agua, 
    viendo pasar la vida. 
    Quién pudiera como ellos 
    quedarse en esta orilla, 
    viendo pasar el agua, 
    viendo pasar la vida. 
    Quién pudiera quedarse 
    mirando lejanías: 
    el agua bajo el puente, 
    el aire sólo arriba. 

    Quién pudiera quedarse, 
    como el verdín encima 
    de sus melenas, fuera 
    del bronce de la vida. 
    Quién pudiera quedarse 
    quieto, quieto, sin prisa, 
    viendo pasar los años, 
    las horas y los días, 
    viendo pasar el puente 
    de Colonia deprisa 
    sobre el agua y el aire 
    de color amatista. 
    Quién pudiera, leones, 
    del bronce de la vida 
    detener las visiones, 
    arrancar las esquirlas. 
    Quién pudiera, de pronto, 
    una tarde imprevista, 
    anochecer león 
    y despertarse brisa. 
    Del puente de Colonia 
    ser un león vigía, 
    con el verdín disuelto 
    en la melena umbría. 

    Con los ojos abiertos 
    al río de la vida, 
    el agua por debajo, 
    el aire por arriba, 
    viendo pasar las horas, 
    los años y los días, 
    sin llegar hasta el punto 
    en que todo termina. 
    Ser un león de bronce 
    con la mirada erguida, 
    con el verdín disuelto 
    y la melena umbría. 
    ¡Qué buen león de bronce, 
    qué buen león sería: 
    asomado a la nada 
    del puente de la vida, 
    oyendo día y noche, 
    oyendo noche y día 
    el blanco son del agua 
    de la melancolía! 
    Pasarían los trenes 
    y los perseguiría 
    con la mirada, sólo 
    con la mirada mía. 

    Pasarían las tardes 
    y las despediría 
    con un adiós de llamas 
    en mi frente prendidas. 
    Pasarían las nubes 
    y las saludaría 
    con mis uñas de bronce 
    y el verdín de mi vida. 
    Ser un león de bronce 
    con la mirada fija 
    como los de Colonia 
    sobre el agua y la vida. 
    Ser un león de bronce 
    con verdín de los días, 
    o, como el de Valencia, 
    que casi sonreía, 
    con sus fauces abiertas 
    y su boca vacía, 
    que rozaba mi mano 
    y no me la mordía. 
    El león de Correos 
    con su cabeza fija 
    esperando una carta 
    que no recibiría. 

    Como ellos y él, 
    leones de mi vida, 
    sobre el Rhin, sobre el mármol, 
    quién pudiera algún día 
    decir adiós a todo, 
    adiós a cada día, 
    a todo lo que pasa 
    por nuestra pobre vida 
    y que se queda ¿dónde, 
    en qué mirada fija 
    de qué viejo león, 
    de qué remota brisa, 
    de qué verdín de bronce, 
    de qué Colonia vista?, 
    ¿de qué, de qué, decidme 
    está hecha nuestra vida? 
    El puente de Colonia: 
    dos leones vigilan 
    el agua por debajo, 
    el aire por arriba, 
    mientras pasan los trenes 
    hacia la lejanía 
    y pasamos los hombres 
    por el Rhin, por las vías. 

    Leones de Colonia, 
    ¿qué veis mientras os miran: 
    el dolor de los hombres 
    o el verdín de los días?, 
    ¿qué queda en vuestros ojos 
    de nuestra pobre vida: 
    la luz de la mañana 
    o la tarde abolida?, 
    ¿qué queda de nosotros 
    en vuestra frente fija: 
    el deseo de ser 
    o la derrota sida? 
    ¿Qué queda de nosotros: 
    qué acaba, qué germina?