¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece? ¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla? ¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe? ¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo? Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece? ¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla? ¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe? ¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
Loco de remate está quien dice haber estado una hora enamorado, mas no es que amor así de pronto mengüe, sino que puede a diez en menos plazo devorar. ¿Quién me creerá si juro
Muerte, no te enorgullezcas, aunque algunos te hayan llamado poderosa y terrible, no lo eres; porque aquellos a quienes crees poder derribar no mueren, pobre Muerte; y tampoco puedes matarme a mí. El reposo y el sueño, que podrían ser casi tu imagen,
Desearía hablar con el espíritu de algún antiguo amante, muerto antes de que el dios del amor naciera; imposible creer que quien más amara entonces se rebajara a amar a quien lo despreciaba. Pero desde aquella época, el dios
Donde, como una almohada sobre un lecho, una Preñada ribera se erguía para que las violetas reclinen sus cabezas, nos sentamos los dos, cada uno lo mejor del otro.
Sé que soy dos veces tonto, por amar, y por decirlo en poesía quejumbrosa. Pero ¿dónde está ese sabio, que no podría ser yo, si ella no me rehusara? Así, como las vías interiores, tortuosas, purgan el agua del mar de la corrosiva sal,