El corazón roto, de John Donne | Poema

    Poema en español
    El corazón roto

    Loco de remate está quien dice haber estado una hora enamorado, 
    mas no es que amor así de pronto mengüe, sino que puede a diez en menos plazo devorar. 
    ¿Quién me creerá si juro 
    haber sufrido un año de esta plaga? ¿Quién no se reiría de mí si yo. dijera que vi arder todo un día la pólvora de un frasco? 

    ¡Ay, qué insignificante el corazón, si llega a caer en manos del amor! 
    Cualquier otro pesar deja sitio a otros pesares, y para sí reclama sólo parte. 
    Vienen hasta nosotros, pero a nosotros el Amor arrastra, 
    y, sin masticar, engulle. Por él, como por bala encadenada, tropas enteras mueren. El es el esturión tirano; nuestros corazones, la morralla. 

    Si así no fue, ¿qué le pasó a mi corazón cuando te vi? 
    Al aposento traje un corazón, pero de él salí yo sin ninguno. 
    Si contigo hubiera ido, sé 
    que a tu corazón el mío habría enseñado a mostrar por mí más compasión. Pero, ¡ay!, Amor, de un fuerte golpe lo quebró cual vidrio. 

    Mas nada en nada puede convertirse, ni lugar alguno puede del todo vaciarse, 
    así, pues, pienso que aún posee mi pecho todos esos fragmentos, aunque no estén reunidos. 
    Y ahora, como los espejos rotos muestran 
    cientos de rostros más menudos, así los añicos de mi corazón pueden sentir agrado, deseo, adoración, 
    pero después de tal amor, de nuevo amar no pueden. 

    • ¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece? 
      ¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla? 
      ¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe? 
      ¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo? 

    • Muerte, no te enorgullezcas, aunque algunos te hayan llamado 
      poderosa y terrible, no lo eres; 
      porque aquellos a quienes crees poder derribar 
      no mueren, pobre Muerte; y tampoco puedes matarme a mí. 
      El reposo y el sueño, que podrían ser casi tu imagen, 

    • Desearía hablar con el espíritu 
      de algún antiguo amante, 
      muerto antes de que el dios del amor naciera; 
      imposible creer que quien más amara entonces 
      se rebajara a amar a quien lo despreciaba. 
      Pero desde aquella época, el dios 

    • Sé que soy dos veces tonto, 
      por amar, y por decirlo 
      en poesía quejumbrosa. 
      Pero ¿dónde está ese sabio, que no podría ser yo, 
      si ella no me rehusara? 
      Así, como las vías interiores, tortuosas, 
      purgan el agua del mar de la corrosiva sal,