Desearía hablar con el espíritu de algún antiguo amante, muerto antes de que el dios del amor naciera; imposible creer que quien más amara entonces se rebajara a amar a quien lo despreciaba. Pero desde aquella época, el dios ha inventado un destino, y esa doble naturaleza, la costumbre, lo permite: que yo deba amar a quien no me ama.
Es evidente que quienes lo hicieron dios no tenían esa intención, ni él en su juventud la habrá practicado. Cuando una llama similar inflamaba dos corazones, su oficio era reunir, piadosamente, dos razones. La correspondencia era su único dominio; ya no es amor cuando no amo a quien me ama.
Pero todos los dioses modernos buscan extender sus vastas pretensiones y compararse con Júpiter. Furias, licencias, epístolas, elogios, aquel es el séquito del dios del amor. Oh, si esta tiranía nos despertara y priváramos a este niño de su divinidad, ya no podría amar a quien no me ama.
Rebelde y ateo, ¿por qué susurro cómo si ya sufriera los castigos del amor? Él podría condenarme a no amar, o ensayar un castigo peor; que ella a su vez me amara, sería del todo insoportable porque la falsedad es peor que el odio, y falsedad sería si la que yo amo me amara.
¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece? ¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla? ¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe? ¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
Loco de remate está quien dice haber estado una hora enamorado, mas no es que amor así de pronto mengüe, sino que puede a diez en menos plazo devorar. ¿Quién me creerá si juro
Muerte, no te enorgullezcas, aunque algunos te hayan llamado poderosa y terrible, no lo eres; porque aquellos a quienes crees poder derribar no mueren, pobre Muerte; y tampoco puedes matarme a mí. El reposo y el sueño, que podrían ser casi tu imagen,
Desearía hablar con el espíritu de algún antiguo amante, muerto antes de que el dios del amor naciera; imposible creer que quien más amara entonces se rebajara a amar a quien lo despreciaba. Pero desde aquella época, el dios
Donde, como una almohada sobre un lecho, una Preñada ribera se erguía para que las violetas reclinen sus cabezas, nos sentamos los dos, cada uno lo mejor del otro.
Sé que soy dos veces tonto, por amar, y por decirlo en poesía quejumbrosa. Pero ¿dónde está ese sabio, que no podría ser yo, si ella no me rehusara? Así, como las vías interiores, tortuosas, purgan el agua del mar de la corrosiva sal,