El dios del amor, de John Donne | Poema

    Poema en español
    El dios del amor

    Desearía hablar con el espíritu 
    de algún antiguo amante, 
    muerto antes de que el dios del amor naciera; 
    imposible creer que quien más amara entonces 
    se rebajara a amar a quien lo despreciaba. 
    Pero desde aquella época, el dios 
    ha inventado un destino, y esa doble naturaleza, 
    la costumbre, lo permite: 
    que yo deba amar a quien no me ama. 

    Es evidente que quienes lo hicieron dios 
    no tenían esa intención, 
    ni él en su juventud la habrá practicado. 
    Cuando una llama similar inflamaba dos corazones, 
    su oficio era reunir, piadosamente, dos razones. 
    La correspondencia era su único dominio; 
    ya no es amor 
    cuando no amo a quien me ama. 

    Pero todos los dioses modernos 
    buscan extender sus vastas pretensiones 
    y compararse con Júpiter. 
    Furias, licencias, epístolas, elogios, 
    aquel es el séquito del dios del amor. 
    Oh, si esta tiranía nos despertara 
    y priváramos a este niño de su divinidad, 
    ya no podría amar a quien no me ama. 

    Rebelde y ateo, ¿por qué susurro 
    cómo si ya sufriera los castigos del amor? 
    Él podría condenarme a no amar, 
    o ensayar un castigo peor; 
    que ella a su vez me amara, 
    sería del todo insoportable 
    porque la falsedad es peor que el odio, 
    y falsedad sería si la que yo amo me amara. 

    • ¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece? 
      ¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla? 
      ¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe? 
      ¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo? 

    • Muerte, no te enorgullezcas, aunque algunos te hayan llamado 
      poderosa y terrible, no lo eres; 
      porque aquellos a quienes crees poder derribar 
      no mueren, pobre Muerte; y tampoco puedes matarme a mí. 
      El reposo y el sueño, que podrían ser casi tu imagen, 

    • Desearía hablar con el espíritu 
      de algún antiguo amante, 
      muerto antes de que el dios del amor naciera; 
      imposible creer que quien más amara entonces 
      se rebajara a amar a quien lo despreciaba. 
      Pero desde aquella época, el dios 

    • Sé que soy dos veces tonto, 
      por amar, y por decirlo 
      en poesía quejumbrosa. 
      Pero ¿dónde está ese sabio, que no podría ser yo, 
      si ella no me rehusara? 
      Así, como las vías interiores, tortuosas, 
      purgan el agua del mar de la corrosiva sal, 

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