Anillo, de Jorge Guillén | Poema

    Poema en español
    Anillo

    Ya es secreto el calor, ya es un retiro 
    de gozosa penumbra compartida. 
    Ondea la penumbra. No hay suspiro 
    flotante. Lo mejor soñado es vida. 

    El vaivén de un silencio luminoso 
    frunce entre las persianas una fibra 
    palpitante. querencia del reposo: 
    una ilusión en el polvillo vibra. 

    Desde la sombra inmóvil, la almohada 
    brinda a los dos, felices, el verano 
    de una blancura tan afortunada 
    que se convierte en sumo acorde humano. 

    Los dos felices, en las soledades 
    del propio clima, salvo del invierno, 
    buscan en claroscuros sin edades 
    la refulgencia de un estío eterno. 

    Hay tanta plenitud en esta hora, 
    tranquila entre las palmas de algún hado, 
    que el curso del instante se demora 
    lentísimo, cortés, enamorado. 

    ¡Gozo de gozos: el alma en la piel, 
    ante los dos el jardín inmortal, 
    el paraíso que es ella con él, 
    óptimo el árbol sin sombra de mal! 

    Luz nada más. He ahí los amantes. 
    Una armonía de montes y ríos, 
    amaneciendo en lejanos levantes, 
    vuelve inocentes los dos albedríos. 

    ¿Dónde estará la apariencia sabida? 
    ¿Quién es quien surge? Salud, inmediato 
    siempre, palpable misterio: presida 
    forma tan clara a un candor de arrebato. 

    ¿Es la hermosura quien tanto arrebata, 
    o en la terrible alegría se anega 
    todo el impulso estival? (¡Oh beata 
    furia del mar, esa ola no es ciega!) 

    Aun retozando se afanan las bocas, 
    inexorables a fuerza de ruego. 
    (Risas de Junio, por entre unas rocas, 
    turban el límpido azul con su juego.) 

    ¿Yace en los brazos un ansia agresiva ? 
    Calladamente resiste el acorde. 
    (¡Cuánto silencio de mar allá arriba! 
    Nunca hay fragor que el cantil no me asorde.) 

    Y se encarnizan los dos violentos 
    en la ternura que los encadena. 
    (El regocijo de los elementos 
    torna y retorna a la última arena.) 

    Ya las rodillas, humildes aposta, 
    saben de un sol que al espíritu asalta. 
    (El horizonte en alturas de costa 
    llega a la sal de una brisa más alta.) 

    ¡Felicidad! El alud de un favor 
    corre hasta el pie, que retuerce su celo. 
    (Cruje el azul. Sinuoso calor 
    va alabeando la curva del cielo.) 

    Gozo de ser: el amante se pasma. 
    ¡Oh derrochado presente inaudito, 
    Oh realidad en raudal sin fantasma! 
    Todo es potencia de atónito grito. 

    Alrededor se consuma el verano. 
    Es un anillo la tarde amarilla. 
    Sin una nube desciende el cercano 
    cielo a este ardor. ¡Sobrehumana, la arcilla!

    Jorge Guillén nació en 1893 en Valladolid y creció en el seno de una familia liberal. Cursó el bachillerato en Suiza y la carrera de letras en las universidades de Madrid y Granada. Vivió entre 1917 y 1923 en París, donde conoció a Paul Valéry, quien influyó de manera decisiva en su poesía y en su concepción estética general. Lector en Oxford y catedrático en Murcia y Sevilla, la guerra civil le llevó a un prolongado exilio en Estados Unidos, donde impartió clases en el Wellesley College y en la Universidad de Harvard. Al regresar del exilio, y una vez terminada la dictadura, recibió el Premio Cervantes en 1976 y fue nombrado miembro de honor de la Real Academia Española en 1978. Falleció en Málaga en 1984.