Nadie vino a esperarme. Yo me encogí de hombros y me eché a andar: Soy un hombre de paso, simplemente; soy simplemente un hombre que llega y que se va.
No conozco este pueblo, este pequeño pueblo junto al mar: Hoy, por primera vez, miro estas casas con sus techos de tejas y sus muros de sal.
Pero sé que esta calle polvorienta le da vuelta a un parque con bancos de metal, y que frente a ese parque hay una iglesia, y que junto a esa iglesia hay un rosal.
Yo conozco el chirrido de una verja oxidada, y, entre tantos portales, reconozco un portal —aquel portal de la baranda verde, con un horcón rajado a la mitad—.
Y es que estoy en el pueblo de tus cartas de novia, tu viejo pueblo tristemente igual, aunque yo vine demasiado tarde, y aunque tú ya no estás...
Nadie vino a esperarme. Yo me encogí de hombros y me eché a andar: Soy un hombre de paso, simplemente; soy simplemente un hombre que llega y que se va.
Árbol, buen árbol, que tras la borrasca te erguiste en desnudez y desaliento, sobre una gran alfombra de hojarasca que removía indiferente el viento...
Sólo tú y yo sabemos lo que ignora la gente al cambiar un saludo ceremonioso y frío, porque nadie sospecha que es falso tu desvío, ni cuánto amor esconde mi gesto indiferente.
Así estás todavía de pie bajo la lluvia, bajo la clara lluvia de una noche de invierno. de pie bajo la lluvia me llega tu sonrisa, de pie bajo la lluvia te encuentra mi recuerdo.