Beethoven ante el televisor, de José Hierro | Poema

    Poema en español
    Beethoven ante el televisor

    El alemán de Bonn identificaba 
    todos los sones de la naturaleza: 
    el del mar, el del río, el del viento y la lluvia, 
    el canto del ruiseñor, el de la oropéndola, el del cuco. 
    Un día, cantó un ave, y él no oía su canto: 
    fue la primera señal de alarma. 
    Luego avanzó implacable la sordera 
    hasta desembocar en la noche de los sonidos. 
    Compuso, desde entonces, imaginándolos. 
    Nunca pudo escuchar su misa en Re, 
    sus últimos cuartetos, su última sinfonía. 

    Luis van Beethoven murió en mil ochocientos veintisiete 
    (es lo que piensan los desinformados), 
    pero yo lo he visto en el Lincoln Center. 
    Fue en los años noventa. Ocupábamos 
    asientos contiguos. Yo lo reconocí 
    por su expresión huraña y tierna y feroz. 
    Y también por el desaliño de que nos hablan sus biógrafos. 
    Escribí en mi programa estas palabras: 
    “Excelente concierto”. Y él asintió: 
    “No se moleste en escribir, oigo perfectamente”. 
    Después, en el descanso, hablamos de su música, 
    (sin duda se dio cuenta 
    de que acababa de reconocerlo.) 
    Avisaron que había que volver 
    a las sala para escuchar el plato fuerte, 
    la Novena. Pero él, van Beethoven, 
    dio medio vuelta, y se marchaba. 
    “Pero, ¿precisamente ahora?” le pregunté. 
    “Yo regreso al hotel. Voy a escuchar 
    la Novena Sinfonía en el televisor, 
    la transmiten en directo”, contestó. 
    “¿Me permite que le acompañe?”, dije. 
    Y se encogió de hombros. 

    Pues aquí acaba todo. 
    Nos sentamos ante el televisor. 
    Escuchamos el golpe de la batuta 
    sobre el atril. Silencio. Y la orquesta rugió. 
    Entonces, Ludwig van Beethoven 
    se levantó y apagó el sonido. 
    Ahora sí que el silencio era absoluto. 

    Canturreaba a veces, levantaba la mano 
    para indicar la entrada a los timbales 
    en el Scherzo. Lloró con el adagio, 
    enardeció cuando cantaba el coro 
    las palabras de Schiller. 
    Yo nunca podré oír, nadie podrá, 
    lo que él oía. Finalizó el concierto. 
    Fue entonces cuando se levantó, 
    y se acercó al televisor, 
    recuperó el sonido. 
    Las cámaras enfocaban ahora 
    al público enardecido. 
    Van Beethoven oía, en mil novecientos noventa, 
    los aplausos que no podía oír en Viena, 
    en mil ochocientos veinticuatro. 

    José Hierro nació en Madrid en 1922 y en la misma ciudad murió el 21 de diciembre de 2002, aunque se consideraba santanderino de adopción y fuera titulado como Hijo adoptivo y Poeta de Cantabria. En su obra, tan rica en matices rítmicos como en empaque conceptual, se han fraguado las tendencias más válidas de la poesía española de posguerra. Sus primeros versos aparecieron en distintas publicaciones del frente republicano. Acabada la guerra civil padeció cuatro años de cárcel, y esta experiencia lo marcó para siempre. Hierro ha conseguido los galardones más relevantes de la literatura española: Premio de la Crítica en tres ocasiones, Premio Nacional en dos, el Príncipe de Asturias (1981), el Premio Pablo Iglesias (1986), el Nacional de las Letras Españolas (1990), el Premio Reina Sofía de Poesía Hispanoamericana (1995) y el Cervantes (1998). También fue elegido académico de la Real Academia Española (1990), cuyo discurso de ingreso sobre Juan Ramón Jiménez no llegó a pronunciar. 

    • Perdóname. No volverá a ocurrir. 
      Ahora quisiera 
      meditar, recogerme, olvidar: ser 
      hoja de olvido y soledad. 
      Hubiera sido necesario el viento 
      que esparce las escamas del otoño 
      con rumor y color. 
      Hubiera sido necesario el viento. 

    • Canta, me dices. Y yo canto. 
      ¿Cómo callar? Mi boca es tuya. 
      Rompo contento mis amarras, 
      dejo que el mundo se me funda. 
      Sueña, me dices. Y yo sueño. 
      ¡Ojalá no soñara nunca! 
      No recordarte, no mirarte, 
      no nadar por aguas profundas, 

    • Cuando salí de ti, a mí mismo 
      me prometí que volvería. 
      Y he vuelto. Quiebro con mis piernas 
      tu serena cristalería. 
      Es como ahondar en los principios, 
      como embriagarse con la vida, 
      como sentir crecer muy hondo 
      un árbol de hojas amarillas 

    • (A Paula Romero) 
       
      Después de todo, todo ha sido nada, 
      a pesar de que un día lo fue todo. 
      Después de nada, o después de todo 
      supe que todo no era más que nada. 

    • Manuel del Río, natural 
      de España, ha fallecido el sábado 
      once de mayo, a consecuencia 
      de un accidente. Su cadáver 
      está tendido en D′Agostino 
      Funeral Home. Haskell. New Jersey. 
      Se dirá una misa cantada 
      a las nueve treinta, en St. Francis.