La muchacha del balcón, de Juan Gelman | Poema

    Poema en español
    La muchacha del balcón

    La tarde bajaba por esa calle junto al puerto 
    Con paso lento, balanceándose, llena de olor, 
    Las viejas casas palidecen en tardes como ésta, 
    Nunca es mayor su harapienta melancolía 
    Ni andan más tristes de paredes, 
    En las profundas escaleras brillan fosforescencias como de mar, 
    ojos muertos tal vez que miran a la tarde como si recordaran, 
    eran las seis, una dulzura detenía a los desconocidos, 
    una dulzura como de labios de la tarde, carnal, 
    carnal, 
    los rostros se ponen suaves en tardes como ésta, 
    arden con una especie de niñez 
    contra la oscuridad, el vaho de los dancings

    Esa dulzura era como si cada uno recordara a una mujer 
    Sus muslos abrazados, la cabeza en su vientre, 
    El silencio de los desconocidos 
    Era un oleaje en medio de la calle 
    Con rodillas y rostros de ternura chocando 
    Contra el «New Inn», las puertas, los umbrales de color abandono. 

    Hasta que la muchacha se asomó al balcón 
    de pie sobre la tarde íntima como su cuarto con la cama deshecha 
    donde todos creyeron haberla amado alguna vez 
    antes de que viniera el olvido.

    • Habítame, penétrame. 
      Sea tu sangre una con mi sangre. 
      Tu boca entre mi boca. 
      Tu corazón agrande el mío hasta estallar… 

      Desgárrame. 
      Caigas entera en mis entrañas. 
      Anden tus manos en mis manos. 
      Tus pies caminen en mis pies, tus pies. 

    • ¿Cómo sabe Andrea que la poesía no tiene cuerpo, no tiene corazón y 
      en su hálito de niña pasa o puede pasar 
      y habla de lo que siempre no habla? 
      En la boca cuaja el mundo y a la luz 
      de pasados que Andrea ignora para nunca 
      su memoria es una casa nueva donde 

    • Se pasa de inocente a culpable 
      en un segundo. El tiempo 
      es así, torcazas 
      que cantan en un árbol cansado. 
      La carne piensa y no llora. Pensar 
      es ver la nada que nota 
      en una cucharada de sopa. 
      El dolor no se olvida 
      de uno. Sombras ahí, 

    • Cohabito con un oscuro animal. 
      Lo que hago de día, de noche me lo come. 
      Lo que hago de noche, de día me lo come. 
      Lo único que no me come es la memoria. Se encarniza en palpar 
      hasta el más chico de mis errores y mis miedos. 
      No lo dejo dormir. 

    • habría un par de cosas que decir/ 
      que nadie la lee mucho/ 
      que esos nadie son pocos/ 
      que todo el mundo está con el asunto de la crisis mundial/ y 
      con el asunto de comer cada día/se trata 
      de un asunto importante/recuerdo 
      cuando murió de hambre el tío juan/ 

    • No sé por qué te amo. 
      Sé que por eso te amo. 
      Cae mi lengua, como la de Catulo, 
      en su doble noche de deseo. 
      Nadie vuelve de vos 
      a lo que fue. Cuando callan 
      las palabras inevitables, las 
      repeticiones del dolor y 
      los huecos de la tiniebla alta, 

    • ¿se fue por el aire o era 
      una invención de cuello verde 
      Isidoro Ducasse de Lautréamont 
      se fue por el aire o era: 
      una invención de cuello verde 
      un Isidoro del otro amor 
      que comía rostros podridos 
      melancolías desesperos