Himno a la vida, de Juan Gil-Albert | Poema

    Poema en español
    Himno a la vida

    Cuando eras una joven indefensa 
    con aquel cuello frágil levantando 
    la lozana cabeza en que esplendía 
    el amplio sol su dulce arrobamiento, 
    y cual pájaro o flor que nada teme 
    abre al espacio el curso de sus alas 
    o sus pétalos tiñe ardientemente 
    con el claro rubor de su existencia, 
    entonces te canté como si hermana 
    fueras de mi ilusión, y en tu regazo 
    fraternal vuelo alzaba contemplando 
    esa faz adorable. Era aquel tiempo 
    en que tus ojos garzos me miraban, 
    del color de los bosques, y surgías 
    toda tú cual un árbol silencioso 
    llevándome contigo lentamente 
    hacia la esbelta copa en que soñaban 
    las misteriosas aves matutinas. 
    Allí la transparencia deseada 
    de miles de deseos tentadores 
    brillaba como engaño delicioso, 
    y una invisible mano removía 
    mis cabellos cual eco prematuro 
    de los desordenados sentimientos 
    que el amor transportaba entre sus brazos. 
    ¡Ah, lenta violencia de mi vida, 
    trastornadora gracia del abismo, 
    ese negro principio originario 
    que trepa con tu verde savia alada 
    el confín sin medidas! ¡Dónde fueron 
    los que como racimos se mecían 
    en nacarado aire, tallas ubres 
    de una vitalidad encantadora, 
    entre las hojas mágicas de fuego 
    de aquel festín? ¿En dónde han escondido 
    sus verdes oleadas de cenizas 
    esas fragantes rosas tentadoras, 
    como senos de virgen que se han ido, 
    dejando sobre el tallo que las tuvo 
    sólo una sombra gris y porfiada? 
    Tu color se ha mudado, criatura, 
    el encendido rostro del que vive 
    esa ascensión incólume y hermosa 
    pasa de aquel fulgor del oro vivo 
    a este gris terrenal que esparce ahora 
    sobre tu sien la angustia de unas alas. 
    Postreras alas, cumbres que nos llevan 
    hacia dentro en un vuelo inesperado, 
    por extrañas regiones invisibles, 
    más allá de los lindes de la tierra, 
    aquí en el fondo mismo del abismo 
    donde mi vida vive su existencia. 
    Vuelve hacia mí tus lágrimas sombrías, 
    fraternal resonancia de ancho seno, 
    antigua jovencilla ilusionada 
    cuyos largos cabellos aún evocan 
    aquella brisa errante. Ahora el hermano 
    tiende a tus pies las viñas de amargura 
    y en derredor los campos que florecen 
    leves lirios oscuros se preparan 
    a vernos enlazados como amantes 
    cruzar las blancas crestas de la tierra 
    por donde están las uvas que no apagan 
    el eterno sabor incandescente 
    de su fértil amargo. Allí te esperan 
    más que tus rosas, ¡oh hija de la carne!, 
    calladas violetas vespertinas 
    sobre las cuales vamos densamente 
    uno hacia el otro, amándonos confusos, 
    en el cálido soplo que nos lleva. 

    • En los postreros días del invierno 
      las claras lluvias alzan del abismo 
      un velo luminoso. Despejados espacios 
      flotan sobre las aguas invernales, 
      y un recóndito prado verdeante 
      surge ligero. Entonces una sombra 
      graciosamente andando reaparece 

    • Si alguien me preguntara cuando un día 
      llegue al confín secreto: ¿qué es la tierra? 
      diría que un lugar en que hace frío 
      en el que el fuerte oprime, el débil llora, 
      y en el que como sombra, la injusticia, 
      va con su capa abierta recogiendo 

    • Al fin, rendida entre mis suaves brazos, 
      me has concedido el don de tus deseos, 
      ¡oh virgen maternal, extraño sueño 
      que conturba al poeta! Adolescente 
      yo te rondé, como un antiguo novio 
      ronda la misteriosa casa amada 
      y tras de aquellos cercos, algún día, 

    • Cuando eras una joven indefensa 
      con aquel cuello frágil levantando 
      la lozana cabeza en que esplendía 
      el amplio sol su dulce arrobamiento, 
      y cual pájaro o flor que nada teme 
      abre al espacio el curso de sus alas 
      o sus pétalos tiñe ardientemente