Algún día el sigiloso administrador de la divinidad, aquel doncel extraño, descenderá, para llevarme allí donde su espada da luz a los elegidos y la radiante oscuridad de sus ojos satisface la integridad del hombre, así como la fruta madura sirve al inextinguible apetito de la muerte.
Removerá con su oscuro aleteo el aire corrompido de la tierra dejando que sus candorosos pies levanten la polvareda de los caminos y un viento invernal hiele el corazón de las criaturas y haga caer como frías muecas de consumación los viejos ramajes de los árboles.
Dejará que los que le temen oculten su vergüenza en la penumbra y acallando sus pechos musiten las plegarias que destinan al huracán que arranca las cosechas o a la pálida peste que devora a sus hijos.
La vida que despierta, el inclemente pasmo de su felicidad, borrará pronto las huellas de tanto horror, y una radiante luz estacionada, un nimbo clarividente y majestuoso delatará a los hombres que allí vive el elegido de su corazón, y nadie osará desplegar los labios ni cruzar con la irrespetuosa cabeza cubierta por aquel vergel intransitable y quieto donde se celebran las nupcias perennes del amor.
El murmullo de la vida discurre bajo los apagados mármoles eternos, y las flores que crecen en los cercos de aquel confín ostentan un no sé qué de repleto y magnífico, y el balanceo de sus tallos adquiere allí toda la gentileza de lo irremediable.
¡Venturoso el corazón que alberga tu terrible placidez! Aquellos sobre los que has descendido libremente -como en nuestra melancólica tierra solemos encontramos, cual insospechado vestigio de tu existencia, las encantadoras criaturas sobre las cuales posamos nuestros ojos con angustia mortal- tendrán al fin aprisionado en el frágil reducto de su cuerpo tu luz enternecedora, el filo de tu espada que da vida, yen torno a sus mudas frentes de placer el aleteo negro de tu fruición estará moviendo aquellas lacias cabelleras deseadas.
Así reinas, divino ser del universo, sobre aquellos que te amaron ciegamente a través de las apariencias.
Al fin, rendida entre mis suaves brazos, me has concedido el don de tus deseos, ¡oh virgen maternal, extraño sueño que conturba al poeta! Adolescente yo te rondé, como un antiguo novio ronda la misteriosa casa amada y tras de aquellos cercos, algún día,
Algún día el sigiloso administrador de la divinidad, aquel doncel extraño, descenderá, para llevarme allí donde su espada da luz a los elegidos y la radiante oscuridad de sus ojos satisface la integridad del hombre,
Cuando eras una joven indefensa con aquel cuello frágil levantando la lozana cabeza en que esplendía el amplio sol su dulce arrobamiento, y cual pájaro o flor que nada teme abre al espacio el curso de sus alas o sus pétalos tiñe ardientemente
En los postreros días del invierno las claras lluvias alzan del abismo un velo luminoso. Despejados espacios flotan sobre las aguas invernales, y un recóndito prado verdeante surge ligero. Entonces una sombra graciosamente andando reaparece
Si alguien me preguntara cuando un día llegue al confín secreto: ¿qué es la tierra? diría que un lugar en que hace frío en el que el fuerte oprime, el débil llora, y en el que como sombra, la injusticia, va con su capa abierta recogiendo