A un arcángel sombrío, de Juan Gil-Albert | Poema

    Poema en español
    A un arcángel sombrío

    Canción 
     
    Algún día 
    el sigiloso administrador de la divinidad, 
    aquel doncel extraño, 
    descenderá, para llevarme allí 
    donde su espada da luz a los elegidos 
    y la radiante oscuridad de sus ojos 
    satisface la integridad del hombre, 
    así como la fruta madura 
    sirve al inextinguible apetito de la muerte. 

    Removerá con su oscuro aleteo 
    el aire corrompido de la tierra 
    dejando que sus candorosos pies 
    levanten la polvareda de los caminos 
    y un viento invernal 
    hiele el corazón de las criaturas 
    y haga caer como frías muecas de consumación 
    los viejos ramajes de los árboles. 

    Dejará que los que le temen 
    oculten su vergüenza en la penumbra 
    y acallando sus pechos 
    musiten las plegarias que destinan 
    al huracán que arranca las cosechas 
    o a la pálida peste 
    que devora a sus hijos. 

    La vida que despierta, 
    el inclemente pasmo de su felicidad, 
    borrará pronto las huellas 
    de tanto horror, 
    y una radiante luz estacionada, 
    un nimbo clarividente y majestuoso 
    delatará a los hombres 
    que allí vive el elegido de su corazón, 
    y nadie osará desplegar los labios 
    ni cruzar con la irrespetuosa cabeza cubierta 
    por aquel vergel intransitable y quieto 
    donde se celebran las nupcias perennes del amor. 

    El murmullo de la vida 
    discurre bajo los apagados mármoles eternos, 
    y las flores que crecen 
    en los cercos de aquel confín 
    ostentan un no sé qué de repleto y magnífico, 
    y el balanceo de sus tallos 
    adquiere allí toda la gentileza de lo irremediable. 

    ¡Venturoso el corazón que alberga 
    tu terrible placidez! 
    Aquellos sobre los que has descendido libremente 
    -como en nuestra melancólica tierra 
    solemos encontramos, 
    cual insospechado vestigio de tu existencia, 
    las encantadoras criaturas 
    sobre las cuales posamos nuestros ojos 
    con angustia mortal- 
    tendrán al fin aprisionado 
    en el frágil reducto de su cuerpo 
    tu luz enternecedora, 
    el filo de tu espada que da vida, 
    yen torno a sus mudas frentes de placer 
    el aleteo negro de tu fruición 
    estará moviendo aquellas lacias cabelleras deseadas. 

    Así reinas, 
    divino ser del universo, 
    sobre aquellos que te amaron ciegamente 
    a través de las apariencias. 

    • Al fin, rendida entre mis suaves brazos, 
      me has concedido el don de tus deseos, 
      ¡oh virgen maternal, extraño sueño 
      que conturba al poeta! Adolescente 
      yo te rondé, como un antiguo novio 
      ronda la misteriosa casa amada 
      y tras de aquellos cercos, algún día, 

    • Cuando eras una joven indefensa 
      con aquel cuello frágil levantando 
      la lozana cabeza en que esplendía 
      el amplio sol su dulce arrobamiento, 
      y cual pájaro o flor que nada teme 
      abre al espacio el curso de sus alas 
      o sus pétalos tiñe ardientemente 

    • En los postreros días del invierno 
      las claras lluvias alzan del abismo 
      un velo luminoso. Despejados espacios 
      flotan sobre las aguas invernales, 
      y un recóndito prado verdeante 
      surge ligero. Entonces una sombra 
      graciosamente andando reaparece 

    • Si alguien me preguntara cuando un día 
      llegue al confín secreto: ¿qué es la tierra? 
      diría que un lugar en que hace frío 
      en el que el fuerte oprime, el débil llora, 
      y en el que como sombra, la injusticia, 
      va con su capa abierta recogiendo