La siesta, de Juan Gil-Albert | Poema

    Poema en español
    La siesta

    Si alguien me preguntara cuando un día 
    llegue al confín secreto: ¿qué es la tierra? 
    diría que un lugar en que hace frío 
    en el que el fuerte oprime, el débil llora, 
    y en el que como sombra, la injusticia, 
    va con su capa abierta recogiendo 
    el óbolo del rico y la tragedia 
    del desahuciado: un sitio abrupto. 
    Pero también diría que otras veces, 
    en claras situaciones alternantes, 
    cuando llega el estío y los países 
    parecen dispensar la somnolencia 
    de un no saber por qué se está cansado, 
    mientras vibra en lo alto, alucinante, 
    un cielo azul, los frutos se suceden 
    sobre las mesas blancas, y entornados 
    los ventanales, frescos de penumbra, 
    buscamos un rincón donde rendirnos 
    al dulce peso, entonces sí, diría 
    que la tierra es un bien irremplazable, 
    un fluido feliz, un toque absorto. 
    Como una tentación sin precedentes 
    hecha a la vez de ardor y de renuncia. 
    Una inmersión gustosa, un filtro lento. 

    • Si alguien me preguntara cuando un día 
      llegue al confín secreto: ¿qué es la tierra? 
      diría que un lugar en que hace frío 
      en el que el fuerte oprime, el débil llora, 
      y en el que como sombra, la injusticia, 
      va con su capa abierta recogiendo 

    • Al fin, rendida entre mis suaves brazos, 
      me has concedido el don de tus deseos, 
      ¡oh virgen maternal, extraño sueño 
      que conturba al poeta! Adolescente 
      yo te rondé, como un antiguo novio 
      ronda la misteriosa casa amada 
      y tras de aquellos cercos, algún día, 

    • Cuando eras una joven indefensa 
      con aquel cuello frágil levantando 
      la lozana cabeza en que esplendía 
      el amplio sol su dulce arrobamiento, 
      y cual pájaro o flor que nada teme 
      abre al espacio el curso de sus alas 
      o sus pétalos tiñe ardientemente 

    • En los postreros días del invierno 
      las claras lluvias alzan del abismo 
      un velo luminoso. Despejados espacios 
      flotan sobre las aguas invernales, 
      y un recóndito prado verdeante 
      surge ligero. Entonces una sombra 
      graciosamente andando reaparece