La melancolía, de Juan Gil-Albert | Poema

    Poema en español
    La melancolía

    En los postreros días del invierno 
    las claras lluvias alzan del abismo 
    un velo luminoso. Despejados espacios 
    flotan sobre las aguas invernales, 
    y un recóndito prado verdeante 
    surge ligero. Entonces una sombra 
    graciosamente andando reaparece 
    hacia el claro horizonte derramada, 
    y tras su espalda se abren los rumores 
    de una ofrenda gentil. En sus tobillos 
    sopla la brisa el surco de su velo, 
    y cual aparición queda en las almas 
    de arrobamiento. Apenas alejada, 
    sombra o verdad que cruza melodiosa, 
    sentimos nuestros pies paralizados 
    por su espectro ligero, y en las plantas 
    de nuestra mansedumbre ya verdea 
    el pálido confín, y los arroyos 
    se vierten como música en la tierra. 
    Sagrada luz resbala en nuestros hombros 
    cual un tibio vestido y contemplamos, 
    como hijos del sol, la nube henchida 
    vagar y en la ceñosa peña abrirse 
    la llama de la rosa. Es, nos han dicho, 
    la dulce Primavera; id a los bosques 
    donde al pasar la oscura tentadora 
    ha quedado un temblor insatisfecho 
    entre las misteriosas aves frías 
    que pueblan esas bóvedas silvestres. 
    Joven es el amigo que acompaña 
    nuestro pasmado anhelo con su casto 
    corazón encendido; ya no sabe 
    si es amor o amistad la que enamoran 
    sus delicados ojos, y se turba 
    ante la hermosa vida revelada. 
    ¡Cuán breve es la embriaguez para los hombres! 
    Hoy, cuando he visto a aquella que ensimisma 
    los terrenales campos y los llena 
    de un fulgor amoroso, fui delante 
    de la visión que antaño sedujera 
    mi mortal alegría y la vi extraña, 
    Con sus negros cabellos recogidos 
    por triste diadema, cual la sombra 
    de los que como el oro recordaba 
    brillar entre sus velos. Sus ropajes 
    cuelgan ensombrecidos con un gesto 
    de cansada arrogancia. No muy lejos 
    se oyó cantar la tórtola dolida 
    en íntimos coloquios, y la dama 
    miraba con intensa servidumbre 
    las frescas violetas germinando 
    entre las verdes hojas de la noche. 
    Al acercarme vi su frente blanca 
    de extenuación y dije: ¿Tú quién eres? 
    Soy la Melancolía. 

    • Al fin, rendida entre mis suaves brazos, 
      me has concedido el don de tus deseos, 
      ¡oh virgen maternal, extraño sueño 
      que conturba al poeta! Adolescente 
      yo te rondé, como un antiguo novio 
      ronda la misteriosa casa amada 
      y tras de aquellos cercos, algún día, 

    • Cuando eras una joven indefensa 
      con aquel cuello frágil levantando 
      la lozana cabeza en que esplendía 
      el amplio sol su dulce arrobamiento, 
      y cual pájaro o flor que nada teme 
      abre al espacio el curso de sus alas 
      o sus pétalos tiñe ardientemente 

    • En los postreros días del invierno 
      las claras lluvias alzan del abismo 
      un velo luminoso. Despejados espacios 
      flotan sobre las aguas invernales, 
      y un recóndito prado verdeante 
      surge ligero. Entonces una sombra 
      graciosamente andando reaparece 

    • Si alguien me preguntara cuando un día 
      llegue al confín secreto: ¿qué es la tierra? 
      diría que un lugar en que hace frío 
      en el que el fuerte oprime, el débil llora, 
      y en el que como sombra, la injusticia, 
      va con su capa abierta recogiendo