Al fin, rendida entre mis suaves brazos, me has concedido el don de tus deseos, ¡oh virgen maternal, extraño sueño que conturba al poeta! Adolescente yo te rondé, como un antiguo novio ronda la misteriosa casa amada y tras de aquellos cercos, algún día, logré verte pasar, apenas sombra entrevista en las luces de mis ojos. Como tantos que aspiraban a hablarte consumía mi juventud buscando las palabras que guardan en su fondo un fulgor inicial, y aventuraba mis ramilletes cerca de esos prados en cuya palpitante lozanía enfriábanse duras como piedras las pruebas de mi amor. Algún aplauso premiaba mis desvelos, porque el hombre conmuévese ante todo lo que rinde la lucha ajena, mas otros designios quieren que no haya esfuerzo en esos dones con que la gracia sabe coronamos ligera, como el ánimo que envía viento fresco en el día caluroso, o hace engendrar al hijo de la gloria en un raro momento de cansancio. Así tú, aprovechando del descuido de mi ocio, te entraste hasta mis labios sin que yo lo supiera, igual que ignora el que duerme la luz de la mañana mojándole los párpados, y dentro de su plácido sueño está ya el día. Délficas desde entonces van sonando mis graciosas palabras cuando hierve dentro de mí la extraña fuerza hermosa que alimentó los juegos de los hombres por la boca sagrada del tebano que ensalzó el agua, como un raro olivo de magnífica sed, la que más tarde, en la divina siesta del que siempre conducirá rebaños, compartía con él el claro queso. ¡Oh fértil sombra, que en mi leve saliva depositas la miel en que renace como un soplo la antigüedad! De todas las amantes, sólo en ti el rastro del amor no queda como una mancha, como un eco oscuro, y así veo en la huella que ha dejado la locura de aquel que en su pureza dialogó con las viejas primaveras de la divinidad, resplandeciente la transida cabeza de ese casi cisne de Suabia envuelto por las brumas de su melancolía. ¿Cómo el rayo que aniquila la vida puede a veces entreabrir en nosotros ese verde suspiro en que se escapan las canciones halagadoras? Rudo es el mensaje para el que canta, mas lo que destruye su vigor encendido sólo deja, como trazas de su misión, los suaves versos que el hombre escucha embelesado, como esa extraña claridad que flota tras la ruin tormenta. ¡Oh poesía! Un dulce maleficio te estremece como alguien que estando entre los dioses no alcanza su serena y reposante naturaleza, o bebe la ambrosía con torvo ceño y queda trastornada en medio de aquel círculo de fuego que corona las frentes silenciosas. Una terrenal ansia comunicas turbados a los graves comensales de aquel festín, mientras que hacia la tierra arrojas esos grumos del incienso que exalta el alma y déjala sombría de ambiciones; unos y otros luchan atraídos por el misterio ajeno y a través del poeta se contemplan la faz de la ilusión, mientras expira por mis labios el genio que te oculta.
Al fin, rendida entre mis suaves brazos, me has concedido el don de tus deseos, ¡oh virgen maternal, extraño sueño que conturba al poeta! Adolescente yo te rondé, como un antiguo novio ronda la misteriosa casa amada y tras de aquellos cercos, algún día,
Algún día el sigiloso administrador de la divinidad, aquel doncel extraño, descenderá, para llevarme allí donde su espada da luz a los elegidos y la radiante oscuridad de sus ojos satisface la integridad del hombre,
Cuando eras una joven indefensa con aquel cuello frágil levantando la lozana cabeza en que esplendía el amplio sol su dulce arrobamiento, y cual pájaro o flor que nada teme abre al espacio el curso de sus alas o sus pétalos tiñe ardientemente
En los postreros días del invierno las claras lluvias alzan del abismo un velo luminoso. Despejados espacios flotan sobre las aguas invernales, y un recóndito prado verdeante surge ligero. Entonces una sombra graciosamente andando reaparece
Si alguien me preguntara cuando un día llegue al confín secreto: ¿qué es la tierra? diría que un lugar en que hace frío en el que el fuerte oprime, el débil llora, y en el que como sombra, la injusticia, va con su capa abierta recogiendo