Loqueros... Relojeros..., de León Felipe | Poema

    Poema en español
    Loqueros... Relojeros...

    El sapo iscariote y ladrón 
    en la silla del juez, 
    repartiendo castigos y premios 
    ¡en nombre de Cristo, 
    con la efigie de Cristo 
    prendida en el pecho!... 
    Y el hombre aquí de pie, 
    firme, erguido, sereno, 
    con el pulso normal, 
    con la lengua en silencio, 
    los ojos en sus cuencas 
    y en su lugar los huesos. 
    El sapo iscariote y ladrón 
    en la silla del juez, 
    repartiendo castigos y premios... 
    y yo tranquilo aquí 
    callad impasible, cuerdo... ¡cuerdo! 
    sin que me quiebre 
    el mecanismo del cerebro. 
    ¿Cuándo se pierde el juicio? 
    Relojeros, 
    ¿cuando enloquece el hombre? 
    ¿Cuándo? 
    ¿Cuándo es cuando se enuncian los conceptos 
    absurdos 
    y blasfemos, 
    y se hacen unos gestos sin sentido, 
    monstruosos y obscenos? 
    ¿Cuándo es cuando se dice, 
    por ejemplo: 
    no es verdad 
    Dios no ha puesto 
    al hombre aquí en la Tierra 
    bajo la luz y la ley del Universo; 
    el hombre 
    es un insecto 
    que vive en las partes pestilentes y rojas 
    del mono y del camello? 
    ¿Cuándo, si no es ahora 
    (yo pregunto loqueros), 
    cuándo es cuando se paran los ojos 
    y se quedan abiertos, 
    inmensamente abiertos, 
    sin que puedan cerrarlos ni la llama ni el viento? 
    ¿Cuándo es cuando se cambian 
    las funciones del alma y los resortes del cuerpo, 
    y en vez de llanto 
    no hay más que risa y baba en nuestro gesto? 
    Si no es ahora, 
    ahora que la Justicia vale menos, 
    mucho menos, que el orín de los perros; 
    si no es ahora, ahora que la Justicia 
    tiene menos, 
    infinitamente menos 
    categoría que el estiércol; 
    si no es ahora, ¿cuándo, 
    cuándo se pierde el juicio? 
    Respondedme, loqueros, 
    ¿cuándo se quiebra y salta roto en mil pedazos 
    el mecanismo del cerebro? 
    Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. 
    Se murió aquel manchego, 
    aquel estrafalario 
    fantasma del desierto, 
    y ..., ¡ni en España hay locos! 
    Todo el mundo está cuerdo, 
    terrible, 
    monstruosamente cuerdo. 
    ¡Que bien marcha el reloj; 
    qué bien marcha el cerebro 
    este reloj, este cerebro —tic,tac... tic,tac, tic,tac...— 
    es un reloj perfecto..., perfecto... ¡perfecto!

    • Deshaced ese verso, 
      Quitadle los caireles de la rima, 
      el metro, la cadencia 
      y hasta la idea misma... 
      Aventad las palabras... 
      y si después queda algo todavía, 
      eso 
      será la poesía. 
      ¿Qué 
      importa 
      que la estrella 
      esté remota 

    • A Alberto López Argüello 
       
      ¡Qué lástima 
      que yo no pueda cantar a la usanza 
      de este tiempo lo mismo que los poetas de hoy cantan! 
      ¡Qué lástima 
      que yo no pueda entonar con una voz engolada 
      esas brillantes romanzas 

    • Pero ¿qué están hablando esos poetas de ahí de la palabra? 
      Siempre en discusiones de modisto: 
      que si desceñida o apretada... 
      que si la túnica o que si la casaca... 
      La palabra es un ladrillo, ¿Me oísteis?... ¿Me ha oído usted, Señor Arcipreste? 

    • (A todos los judíos del mundo, mis amigos, mis hermanos) 
       
      Esos poetas infernales, 
      Dante, Blake, Rimbaud... 
      Que hablen más bajo... 
      ¡Que se callen! 
      Hoy 
      cualquier habitante de la tierra 
      sabe mucho más del infierno 

    • No me contéis más cuentos, 
      que vengo de muy lejos 
      y sé todos los cuentos. 
      No me contéis más cuentos. 
      Contad 
      y recontadme este sueño. 
      Romped, 
      rompedme los espejos. 
      Deshacedme los estanques, 
      los lazos, 
      los anillos, 
      los cercos, 

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