Desangelados, sin alas, sin brillo,
en las brasas de los últimos fuegos.
Así hemos llegado a creernos,
avanzando entre el lodo como vehículos
sin ruta y sin pasajeros.
Pero el ángel está en nuestros silencios,
guiando nuestros desvaríos, amansándonos la fiera.
Y el ángel no tiene alas:
se ha plegado a la vida con nosotros,
se ha rendido a las cosas
(sus formas, su número y su precio),
tiene sólo una oportunidad y un cuerpo que es el nuestro.
Y casi nunca nos abandona.
Como sueña, pesa más.
Como piensa, nos confunde y nos eleva.
Como siente, nos hiere.
El ángel que no nos salvará
tiene a ratos nuestros cabellos
y muy de vez en cuando mira con nuestros ojos.
Si toma prestadas nuestras manos, acaricia, crea, limpia.
Cuando está en nuestros labios, sonríe y besa con ellos.
Y si camina con nuestros pies, se detiene.
Hay un vértigo en el ángel que no es nuestro,
una curiosidad hambrienta que nos implica.
El ángel miente en el espejo,
ama por nosotros y ve por lo que vemos.
Cuando el tiempo, que es un mísero contable,
nos doblegue con la suma de los días que ha perdido,
el ángel se preguntará una vez más
a quién sirve sin alas si su señor termina,
por qué es traslúcido en un cuerpo que se apaga,
por qué ubicuo en un viajero que no regresa.
¡Todo lo que quiso amar el ángel,
la que pudo alcanzar, la que alcanzó a pensar!
¡Todos los ángeles que conoció,
hablándole cautivos de otros cuerpos
como se habla desde dentro, para salir hacia afuera!
¡Todas las cosas que te ayudó a imaginar
cuando no había nadie contigo,
la que quiso interpretar
y la que estaba dispuesto a construir!
Pero entre tanto, el ángel no puede dejarte.
Y al pensar en esto con sus pensamientos,
el agua sacia tu sed y el pan te alimenta.
Las nubes dibujan mensajes
para que el ángel, que eres tú, los lea
como se lee lo que nada significa y puede significarlo todo.
Y en la pasión del ángel, te rindes a ti mismo.
No sé cómo aprendimos a querernos,
qué hubo en vosotros de mí, qué nos dimos.
Corre la vida y estáis al pie de otros edificios,
zarandeados, llevados, retenidos en la trama.
Pero decidme si habéis elegido,
si queríais estar donde estáis
Desangelados, sin alas, sin brillo,
en las brasas de los últimos fuegos.
Así hemos llegado a creernos,
avanzando entre el lodo como vehículos
sin ruta y sin pasajeros.
Pero el ángel está en nuestros silencios,
No es sólo la pasión de los abrazos,
la saliva, el aroma, el vértigo, los besos
o el plácido desvelo de la ausencia.
Toda mi ropa huele a cuando estabas.
Sería al abrazarte -no lo entiendo-
o que estuviste cerca y se quedó prendido.
Si arrimo mi nariz al hombro o a la manga, te respiro.
Al ponerme la chaqueta, en la solapa,
y en el cuello de un jersey que no abriga.
Pasé la vida entre vampiros y ángeles,
libando con paciencia los unos mi energía,
los otros trasvolando mis días más sentidos.
Todos los trances de luz fueron suyos:
al ángel los del cuerpo, los del alma al vampiro.
De un día para otro, todo cambia.
Si ayer amanecías deslumbrado
y tus ideas parecían claras,
hoy mismo, en el espejo del lavabo,
has visto al perdedor de las facciones neutras
inflado de bostezos
y con el encefalograma plano.
¿A qué fuerza convoco, yo que un tiempo hice brotar
los tallos con mi aliento y ahuyenté las sombras?
Hoy esta sal en los labios, ¿de qué mar la traigo?
¿De dónde este temblor que me desarma?
Conozco tu perfil: eres el miedo
que vive agazapado en la quimera.