He ido muchas veces ataviado de tristeza,
hundiéndoseme el mundo a cada rato,
fingiendo entre los amigos que me interesaba algo...
Me da miedo quien me mirase,
y angustia me producía no ser perfecto,
tener que competir, luchar por el oficio, por la vida, el nombre...
Y pensaba: la tragedia de todos consiste en no ser Dios.
Todos quisiéramos ser un pequeño Dios omnipotente..
Y hacíamos bromas sobre la muerte, chistes sobre la soledad,
Pequeños disparates sobre el amor comprado.
(Y yo soñaba en ti, mamá, como lo único seguro).
Me daba miedo la autoridad, la ley, el mundo, el futuro.
Pensaba: Incluso si alguna vez me creí libre.
Y la noche engañaba -como los amigos- con cierto parecido
a bondad o indiferencia.
Y yo iba ataviado de tristeza
y hubiera querido llorar -no podía-
o simplemente hundirme lentamente.
Y me veía en una barca negra (acaso en una gruta)
navegando hacia un negro horizonte...
la tristeza me llena la cabeza de plomo,
los bolsillos de piedras,
las manos de artrosis dura
y tira de mí tanto hacia abajo
que me vuelve imagen verticalizada, estirada, de un espejo deformante.
Dame la tristeza, échamela -gira la soledad.
-Lánzame la pelota -repite el miedo.
Aquí, aquí, centra -reclama la angustia,
chútame a mí- y no sé qué agobio extraño lo sugiere.
Sólo sé que cuando voy ataviado de tristeza
quiero enraizarme en el sueño,
bogar en un río de calma
y susurrar junto al silencio: Dame la mano, mamá, ya he vuelto...
Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa,
tu corbata de tarde, la carta que le escribes
a un amigo, la opinión sobre un lienzo, que dirás
en la charla, pero que no tendrás el torpe gusto
de pretender escrita. Beber, que es un placer efímero.
Soy de los que ardientemente detestan la injusticia,
de los que creen que es indigno casi cualquier privilegio;
y al tiempo soy clasista y amo la diferencia.
Creo en el pueblo y me llena de rabia la pobreza,
mas soy también feroz individualista, singular extremo.
He ido muchas veces ataviado de tristeza,
hundiéndoseme el mundo a cada rato,
fingiendo entre los amigos que me interesaba algo...
Me da miedo quien me mirase,
y angustia me producía no ser perfecto,
Yo, señor, salí de Rusia por Crimea.
Era en 1919.
Hacía diseños vanguardistas para los ballets.
Pintaba colores infames, excesivos, caucásicos,
y vestía con delicado exotismo...
En Estambul, primero,
viví la miseria de amores sin dueño.
Me recreo ante tu cuerpo como ante un paisaje
imprevisto. Me sorprende verte en la desnudez juvenil,
y ansío recorrerlo, como una anhelada geografía.
Me ves pensando en la umbría vegetal de algunas
grutas, o en el agua del muslo donde brillan las venas.
Seguramente estaba sola.
Llevaba los ojos muy cercados de negro.
Era mayor, vieja, con ropas gastadas.
Por la noche -más aún en invierno-
se acercaba a los jardines del convento o del parque
con su bolsa de plástico
llena de despojos para gatos.