Tractatus de amore, de Luis Antonio de Villena | Poema

    Poema en español
    Tractatus de amore

       I 


    No digas nunca: Ya está aquí el amor. 
    El amor es siempre un paso más, 
    el amor es el peldaño ulterior de la escalera, 
    el amor es continua apetencia, 
    y si no estás insatisfecho, no hay amor. 
    El amor es la fruta en la mano, 
    aún no mordida. 
    El amor es un perpetuo aguijón, 
    y un deseo que debe crecer sin valladar. 
    No digas nunca: Ya está aquí el amor. 
    El verdadero amor es un no ha llegado todavía... 



       II 


    Y es que el verdadero amor -nos dicen- nunca jamás 
    se parece a su imagen. 
    Disociadas la forma y la materia, 
    se nos obliga a elegir, 
    considerando en más a la anterior morada. 
    (¡Pequeña traición, dulce retaguardia, muy humana!) 
    Porque el verdadero amor coincide 
    con sí mismo, 
    y dice bien Novalis que todo será cuerpo 
    un día que anhelamos. 
    Columna de oro y niño de azul, 
    el tetractys entregado en la mirada, 
    tú fuiste al tiempo unísono 
    el amor y su imagen 
    y sólo la realidad trastocó nuestros cuerpos 
    o confundió con falsa voz nuestra amistad equivocada. 
    Porque no siempre es posible el encuentro 
    y hostil es, a menudo, el bosque y su carcoma, 
    y se cubren los senderos de hojas malas... 
    Mas el verdadero amor, el alto amor, 
    -lo sé y te vi- 
    coincide, inevitablemente, con su alta representación afortunada. 



       III 


    ¿Será el amor vencer tan sólo al cuerpo 
    con el cuerpo? Porque el ansia de beldad 
    empuja hacia dentro, para alcanzar un alma 
    confundida con las formas mismas de la materia... 
    Y al succionar los labios bebes alma, 
    y al estrechar el pecho tocas otro jardín 
    cuyas ramas te alcanzan. Queremos romper 
    el cuerpo para encontrar el cuerpo, bañarnos 
    en el pozo acuático de adentro con la imagen 
    misma que la luz nos muestra. Posesionar 
    el cuerpo para tocar un alma que es el mismo cuerpo. 
    Pues al ver y palpar el dorado desierto 
    de tu cuerpo, saltaba el alma en mis labios 
    deseando entrar en ti, restregarse a ti, ser en ti, 
    chupando tus axilas y tus nalgas y tu cuello, 
    ebria de ti, la absurda, la infame, la degenerada... 



       IV 


    Ya que el más alto amor es imposible. 
    Ya que no existe el alma pura convertida en cuerpo. 
    Ya que el instante detenido 
    (¡oh, párate un momento, eres tan bello!) 
    no es más que un grato sueño de la literatura. 
    Ya que se muda el dios de un día 
    y el tiempo torna falaz toda imagen armónica. 
    Ya que el eterno muchacho es sólo mito 
    y fugaz representación que solemniza el arte; 
    cuando alguien nos provoca amor, 
    cuando sentimos el ansia irreprimible 
    de estar con fuertemente, y de abrasarnos, 
    cuando creemos que aquel ser es toda 
    la dorada plenitud, sin dudar nos engañamos. 
    (Una magia y un deseo nos embaucan. ) 
    No existe el sumo amor. Es tan sólo 
    un impulso del alma, y unas horas o unos meses, 
    ciegos, felices, burlados... 



       V 


    Aunque quizá todo esto es mentira. 
    Y el único amor posible (entiéndase, pues el Amor con mayúscula) 
    sea un ansia poderosa y humilde de estar juntos, 
    de compartir problemas, de darse calor bajo los cubrecamas... 
    Reír con la misma frase del mismo libro 
    o ir a servirse el vino a la par, cruzando las miradas. 
    Deseo de relación, de compartir, de comprender tocando, 
    de entrar en otro ser, que tampoco es luz, ni extraordinario, 
    pero que es ardor, y delicadeza y dulzura... 
    No la búsqueda del sol, sino la calma día a día encontrada. 
    El montón de libros sobre la mesa, tachaduras y tintas 
    en horarios de clase, el programa de un concierto, 
    un papel con datos sobre Ophuls y la escuela de Viena... 
    Quizá es feliz tal Amor, lleno de excepcionales minutos 
    y de mucha, mucha vulgaridad cotidiana... 
    Amor de igual a igual, con arrebato y zanjas, pero siempre amor, 
    un ansia poderosa, pobre, de estar unidos, juntos, 
    acariciar su pelo mientras suena la música 
    y hablamos de las clases, de los libros, 
    de los pantalones vaqueros, 
    o simplemente de los corazones... 
    Aunque quizá todo esto es mentira. 
    Y es la elección, elegir, lo que finalmente nos desgarra. 



       VI 


    Pero no utilices la palabra desprecio 
    si no aceptan el amor que regalas. 
    Si es un amor de palabras dulces, 
    de comprensión, de afecto, de ternura, 
    sabrás bien que el obsequio que 
    ofreces no lo has de dar tú solo... 
    Y si es pasión tu amor, 
    si es un arrebatamiento que desborda 
    y desdeña la vida cotidiana, 
    entonces el regalo recae sobre ti propio. 
    Desprecio no habrá en ningún caso. 
    Sólo carencia. Echar algo en falta. 
    Pero es que todo gran amor, 
    el poderoso amor, el importante amor, 
    el que llenaría plenamente un vivir, 
    ése es siempre ausencia, hay un foso 
    siempre; lo ves y no lo alcanzas... 



       VII 


    Eres, al fin, el nombre de todos los deseos. 
    No importa sin en ti buscamos la solicitud o la amistad. 
    No importa si es el río dorado de la carne, 
    o el alma, el inasible alma, 
    siempre la última frontera. 
    Son tuyos todos esos nombres, y en ellos te vemos 
    pero nunca, jamás te acercas. 
    No eres el codiciado calor de la leña 
    que temen perder quienes tienen morada y compañero. 
    No eres el brillo acuático, ni la piel del ídolo solar 
    que buscan paseantes solitarios. 
    Tampoco la marcha alada, el cendal bello, la plática antigua 
    del que desea la corpórea forma (aunque espiritual) 
    del ángel... 
    Sombrío dios sin devotos, les prestas tu mirar a todos ellos, 
    pero ninguno eres. 
    Estás siempre más allá, más lejos. 
    Y no te adornan aljabas ni rosas. 
    Ni proteges en tu seno a quienes nombran la palabra amor, 
    o dicen cumplirla, célibes y familiares. 
    Sobre tus largas uñas pones frío oro molido, 
    y en tus ojos oscuros dejas entrar la luna... 
    ¿Qué nombre darte? ¿Amor Hipólito, Cupido? 
    Eres un dios de muertos. El dios, por excelencia. 
    Y pues que nada te cumple, ni rosas te sirven 
    ni anacreónticas imágenes. 
    Frío cuerpo de oro, las rojas amapolas te coronan 
    y las plantas del largo sueño eterno. 

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