La absolución, de Luis Rosales | Poema

    Poema en español
    La absolución

    «Si tú me lo pidieras», 
    si tú me lo pidieras cuando llegue esa hora 
    en que la vida empieza a hacer preguntas sin respuesta, 
    como se hace un raspado de matriz 
    o se pone en las venas una inyección de aire, 
    y después, 
    pero inmediatamente, 
    oyeses algo más terminante aún: 
    una respuesta sin pregunta; 
    y el viento caminara con muletas, 
    y el mar dejase a nuestras plantas 
    sus indefensas olas de puntos suspensivos, 
    y todo ese mañana que hemos vivido juntos 
    se hiciera sibilante y disimulador 
    como las ruedas de un tren chirrían cuando se pone en 
    movimiento, 
    y la rosa de un solo pétalo se convirtiera en una serpiente 
    coral, 
    que levantara su cabeza, 
    lela y bamboleante, 
    de tu cuerpo a mi cuerpo 
    como se cierra una interrogación. 

    Esto puede ocurrir, 
    esto puede ocurrir a cualquier hora, 
    no me digas, que no, quizás va a acontecer 
    mañana o esta noche 
    mientras las ramas y las hojas caen, 
    las hojas y las horas, 
    y se quedan suspensas en el aire romo se borra en la 
    memoria una advertencia inútil, 
    pues 
    de algún modo, 
    amiga mía, 
    ese asombro que siento junto a ti 
    ya no es vivir sino velar tu cuerpo. 

    Y sin embargo, 
    si tú me lo pidieras, 
    si tú me lo pidieras aunque ya fuese al despedirte, 
    si 
    yo 
    pudiese oírlo, 
    aunque fuera una sola vez, 
    tal vez sería posible que la carne agrietada se volviera a 
    juntar como se juntan en el labio unas palabras de 
    perdón, 
    y la vida ya no sería un gurruño, 
    y el cuerpo que aún me queda sonaría, 
    comenzaría a recuperarse como un río se evapora, 
    y se convierte en un temblor dialogado y concéntrico 
    sobre la piel tirante de tu vientre 
    cuando llega esa hora en que la absolución es algo más que 
    una palabra, 
    cuando llega esa hora 
    en que despierta al fin el jardín de los pájaros, 
    y siento que sus alas me golpean en el rostro 
    buscando la salida y hallando la alegría, 
    y el cuerpo se hace música, 
    música tiritante, 
    una vez 
    y otra vez, 
    con su empujón de lluvia y de violetas húmedas, 
    hasta sentirme tuyo, 
    hasta nacerme, 
    ya 
    que 
    si tú me lo pidieras, 
    no sé cómo, 
    pero si tú me lo pidieras, 
    en ese instante mismo nacería.