«Si tú me lo pidieras»,
si tú me lo pidieras cuando llegue esa hora
en que la vida empieza a hacer preguntas sin respuesta,
como se hace un raspado de matriz
o se pone en las venas una inyección de aire,
y después,
pero inmediatamente,
oyeses algo más terminante aún:
una respuesta sin pregunta;
y el viento caminara con muletas,
y el mar dejase a nuestras plantas
sus indefensas olas de puntos suspensivos,
y todo ese mañana que hemos vivido juntos
se hiciera sibilante y disimulador
como las ruedas de un tren chirrían cuando se pone en
movimiento,
y la rosa de un solo pétalo se convirtiera en una serpiente
coral,
que levantara su cabeza,
lela y bamboleante,
de tu cuerpo a mi cuerpo
como se cierra una interrogación.
.
Esto puede ocurrir,
esto puede ocurrir a cualquier hora,
no me digas, que no, quizás va a acontecer
mañana o esta noche
mientras las ramas y las hojas caen,
las hojas y las horas,
y se quedan suspensas en el aire romo se borra en la
memoria una advertencia inútil,
pues
de algún modo,
amiga mía,
ese asombro que siento junto a ti
ya no es vivir sino velar tu cuerpo.
.
Y sin embargo,
si tú me lo pidieras,
si tú me lo pidieras aunque ya fuese al despedirte,
si
yo
pudiese oírlo,
aunque fuera una sola vez,
tal vez sería posible que la carne agrietada se volviera a
juntar como se juntan en el labio unas palabras de
perdón,
y la vida ya no sería un gurruño,
y el cuerpo que aún me queda sonaría,
comenzaría a recuperarse como un río se evapora,
y se convierte en un temblor dialogado y concéntrico
sobre la piel tirante de tu vientre
cuando llega esa hora en que la absolución es algo más que
una palabra,
cuando llega esa hora
en que despierta al fin el jardín de los pájaros,
y siento que sus alas me golpean en el rostro
buscando la salida y hallando la alegría,
y el cuerpo se hace música,
música tiritante,
una vez
y otra vez,
con su empujón de lluvia y de violetas húmedas,
hasta sentirme tuyo,
hasta nacerme,
ya
que
si tú me lo pidieras,
no sé cómo,
pero si tú me lo pidieras,
en ese instante mismo nacería.