Un puñado de pájaros, de Luis Rosales | Poema

    Poema en español
    Un puñado de pájaros

    Como la voz y la palabra tienen un mismo cuerpo y un 
    rostro diferente, 
    vive el amor su identidad 
    en dos amantes que descansan cada cual en el otro, 
    distendiéndose, 
    y es esta distensión lo que les une 
    lo mismo que la llama tiene un centro de sombra y un 
    entorno de luz. 
    Vivir o no vivir, este es el juego, 
    pues naces cuando amas 
    y el amor sólo dura mientras sigues naciendo. 
    Mas no siempre la vida llega a tiempo y hoy me siento plural 
    y desasido, 
    hoy me encuentro en el aire y en modo alguno quisiera 
    detener esta caída 
    en la que toco la verdad como a veces tocamos nuestro 
    cuerpo para certificar que no estamos soñando. 
    ¿Cuándo voy a aprender lo que he vivido? 
    por ejemplo: 
    la luz resbaladiza que en algunos lugares reverbera en tu 
    piel, 
    el cuerpo y su inmediato despertar, 
    la lentitud de esa caricia que se va convirtiendo en un pétalo, 
    los ojos hilvanados 
    y esa anhelante sobreprestación 
    en que el hombre descubre su propia oscuridad, 
    su sangre deseante, 
    y ese calor de oveja llenándote la mano. 

    Ahora bien, el milagro no es todo y el silencio de dos 
    nunca se junta; 
    la luz llega a la tierra después de su caída; 
    los besos no se pueden recuperar; 
    cuando el amor se acaba sólo deja un puñado de pájaros. 
    Más temprano o más tarde lo que vuela se aleja: 
    éste es el precio de vivir, 
    y el corazón se quema en esa distensión en que el amor nos 
    hace traspasar nuestra frontera de crecimiento 
    y ya no puedes sostenerte en los pies rotos. 
    Quizás estas palabras son una invitación para el naufragio, 
    sin embargo es preciso aceptar 
    que en amor quien elige se equivoca. 

    Más tarde o más temprano la vida se produce de una manera 
    negociada igual que un cargareme, 
    y la elección tiene la culpa por su carácter ganancial, 
    por su carácter legitimado y contencioso; 
    la elección es la culpa preventiva que convierte las noches 
    en arena, 
    mientras en nuestro corazón crece el desierto como queda 
    en la tierra un sobre blanco. 
    Vivir o no vivir, este es el juego. 
    Sólo cuando la vida misma decide por nosotros puede llegar 
    a ser imprescindible, 
    comprenderás, amiga mía, que esto sucede raras veces: 
    es como ver palidecer a un muerto. 
    Lo que suele venir es el cansancio, 
    la vida y su desagüe en el ahorro, 
    y ese arrepentimiento primordial de saber que lo vivo era 
    lo otro, 
    cuando ya está perdido.