Como la voz y la palabra tienen un mismo cuerpo y un 
rostro diferente, 
vive el amor su identidad 
en dos amantes que descansan cada cual en el otro, 
distendiéndose, 
y es esta distensión lo que les une 
lo mismo que la llama tiene un centro de sombra y un 
entorno de luz. 
Vivir o no vivir, este es el juego, 
pues naces cuando amas 
y el amor sólo dura mientras sigues naciendo. 
Mas no siempre la vida llega a tiempo y hoy me siento plural 
y desasido, 
hoy me encuentro en el aire y en modo alguno quisiera 
detener esta caída 
en la que toco la verdad como a veces tocamos nuestro 
cuerpo para certificar que no estamos soñando. 
¿Cuándo voy a aprender lo que he vivido? 
por ejemplo: 
la luz resbaladiza que en algunos lugares reverbera en tu 
piel, 
el cuerpo y su inmediato despertar, 
la lentitud de esa caricia que se va convirtiendo en un pétalo, 
los ojos hilvanados 
y esa anhelante sobreprestación 
en que el hombre descubre su propia oscuridad, 
su sangre deseante, 
y ese calor de oveja llenándote la mano. 
Ahora bien, el milagro no es todo y el silencio de dos 
nunca se junta; 
la luz llega a la tierra después de su caída; 
los besos no se pueden recuperar; 
cuando el amor se acaba sólo deja un puñado de pájaros. 
Más temprano o más tarde lo que vuela se aleja: 
éste es el precio de vivir, 
y el corazón se quema en esa distensión en que el amor nos 
hace traspasar nuestra frontera de crecimiento 
y ya no puedes sostenerte en los pies rotos. 
Quizás estas palabras son una invitación para el naufragio, 
sin embargo es preciso aceptar 
que en amor quien elige se equivoca. 
Más tarde o más temprano la vida se produce de una manera 
negociada igual que un cargareme, 
y la elección tiene la culpa por su carácter ganancial, 
por su carácter legitimado y contencioso; 
la elección es la culpa preventiva que convierte las noches 
en arena, 
mientras en nuestro corazón crece el desierto como queda 
en la tierra un sobre blanco. 
Vivir o no vivir, este es el juego. 
Sólo cuando la vida misma decide por nosotros puede llegar 
a ser imprescindible, 
comprenderás, amiga mía, que esto sucede raras veces: 
es como ver palidecer a un muerto. 
Lo que suele venir es el cansancio, 
la vida y su desagüe en el ahorro, 
y ese arrepentimiento primordial de saber que lo vivo era 
lo otro, 
cuando ya está perdido.