No sólo yo. Silencio. Hay que afirmar el ansia.
Todo asombro profundo se convierte en milagro.
Tú solo, amor, tu sola evidencia desnuda
sobre el árbol sin agua que agoniza en el ojo.
Tú solo, amor, tú solo, primavera morena,
y los barcos que llevan tu ternura en el ancla.
La mano más pequeña desplegará la honda,
y aceptaré tu sueño sin preferencia alguna.
La fe es una visión temblorosa y alada.
Cuando crezca en el mar la emoción de la yerba
con un vasto temblor de prodigios tirantes,
tú solo, amor, tú solo y alerta, alerta, alerta.
Amor, amor de labios apretados, sin dientes,
todo arena de mar y disciplina oculta.
¿Tendrá sobre mi carne rubores de bautismo
tu ceniza colmada de sombra dolorida?
¿Será una adolescencia de mar? Tendrá una libre
movilidad sin norma de ciprés enclaustrado,
desplegada obediencia —simplísima— del hombro
taciturno de soles y sereno equilibrio.
¿Será un toro dormido sobre el pasto olvidado
tan henchido de sangre, soledad y ternura?
¿O un vuelo de palomas tiránico en la nieve,
evangelio de puentes y porvenir de arroyo?
La tierra, sí, la tierra; voy a hablar lentamente
de la rosa desnuda sin poder, del aroma
de tu fiebre sin nombre en infancias de almendro,
del silencio del remo acogido en el agua,
de enmohecidas veletas con dirección inmóvil,
y de angustias de largas y azules cabelleras.
No sólo yo. Silencio. Como un galgo tendida
mi oración se recorta definida en tu nombre.
Todo asombro profundo se convierte en milagro.
Tú solo, amor, tú solo, que te sueño desnudo
como un varal de nardos angustiados, tú solo
como un ciervo, en mi frente derramada en el agua.
Ambición de ser mar de las manos viriles.
La presencia es un ala del amor de las cosas,
ascensión hasta el vuelo que agoniza en el ojo
con la angustia imposible de la concha en la arena.
La mano más pequeña desplegará la honda.
¡Dame el cántico, amor, del puro vencimiento!
¡Mis manos son el mar y la brisa y la nube!
¡Tú solo, amor, tú solo, y alerta, alerta, alerta!