Eres de cielo hacia la tarde, tienes ya dorada la luz en las pupilas, como un poco de nieve atardeciendo que sabe que atardece. Y yo querría cegar del corazón, cegar de verte cayendo hacia ti misma como la tarde cae, como la noche ciega la luz del bosque en que camina de copa en copa cada vez más alta, hasta la rama isleña, sonreída por el último sol, ¡y sé que avanzas porque avanza la noche! y que iluminas tres hojas solas en el bosque, y pienso que la sombra te hará clara y distinta, que todo el sol del mundo en ti descansa, en ti, la retrasada, la encendida rama del corazón en la que aún tiembla la luz sin sol donde se cumple el día.
Tal vez sólo es posible que podamos amarnos mientras que dura un beso o si se quiere una ardentía que, poco mas o menos, es una lastima de incendio, quizá una lagrima de incendio, y no puede vivir sino acabándose,
Se te ha olvidado andar y hay que aprenderlo de nuevo. Ven. Comienza, ve juntando ese sol, ¡alguna tarde tenemos que nacer! Amarillean las nubes en el cielo y no me escuchas;
Eres de cielo hacia la tarde, tienes ya dorada la luz en las pupilas, como un poco de nieve atardeciendo que sabe que atardece. Y yo querría cegar del corazón, cegar de verte cayendo hacia ti misma como la tarde cae, como la noche
Dime, ¿sientes aún la antigua herida cuando el amor te baña en su oleaje y el beso es luz como el amor es traje y el labio es sed como la noche es vida?
No sólo yo. Silencio. Hay que afirmar el ansia. Todo asombro profundo se convierte en milagro. Tú solo, amor, tu sola evidencia desnuda sobre el árbol sin agua que agoniza en el ojo.
Como la voz y la palabra tienen un mismo cuerpo y un rostro diferente, vive el amor su identidad en dos amantes que descansan cada cual en el otro, distendiéndose, y es esta distensión lo que les une lo mismo que la llama tiene un centro de sombra y un
