Eres de cielo hacia la tarde, tienes ya dorada la luz en las pupilas, como un poco de nieve atardeciendo que sabe que atardece. Y yo querría cegar del corazón, cegar de verte cayendo hacia ti misma como la tarde cae, como la noche ciega la luz del bosque en que camina de copa en copa cada vez más alta, hasta la rama isleña, sonreída por el último sol, ¡y sé que avanzas porque avanza la noche! y que iluminas tres hojas solas en el bosque, y pienso que la sombra te hará clara y distinta, que todo el sol del mundo en ti descansa, en ti, la retrasada, la encendida rama del corazón en la que aún tiembla la luz sin sol donde se cumple el día.
«Si tú me lo pidieras», si tú me lo pidieras cuando llegue esa hora en que la vida empieza a hacer preguntas sin respuesta, como se hace un raspado de matriz o se pone en las venas una inyección de aire, y después, pero inmediatamente,
Nadie puede saber cuándo comienza a avergonzarse, y sería conveniente mirar a las estrellas que se van encendiendo contagiadas de silenciosidad, para aprender, al menos, que la palabra más hermosa de nuestra lengua es la palabra titilación.
Abril, porque siento, creo, pon calma en los ojos míos, ¿los montes, mares y ríos, qué son sino devaneo?; mirando la nieve veo memoria de tu hermosura, y cuando vi en su blancura
Nunca pero contigo, aunque la vida sea la luz de esa mañana que nunca viviremos, un tren que no esperabas y ha llegado, una hora que empieza siendo alondra y acaba siendo espejo.
Es curioso saber que todo empieza en la transmigración de la saliva y mis ojos dentro de poco van a cumplir dos años. Lo cierto está tan cerca que el silencio me ha cortado los pies y la sangre gotea sobre la alfombra