Abril, porque siento, creo, pon calma en los ojos míos, ¿los montes, mares y ríos, qué son sino devaneo?; mirando la nieve veo memoria de tu hermosura, y cuando vi en su blancura tu inmediata eternidad, ¿fuiste si no claridad, temblor, paciencia y dulzura?
Tu leve paso indolente deja en mis ojos su aroma, los ojos en donde toma revelación permanente; bienaventuradamente nacieron para el olvido, tu piel de asombro encendido, tus ojos de limpio viento, y esta ternura que siento «herido de amor huido».
Los sitios donde has estado en la memoria los llevo sólo para ver de nuevo el rastro que allí has dejado; la tierra que tú has pisado vuelvo a pisar; nada soy más que este sueño en que voy desde tu ausencia a la nada, me hizo vivir tu mirada: fiel al tránsito aquí estoy.
«Si tú me lo pidieras», si tú me lo pidieras cuando llegue esa hora en que la vida empieza a hacer preguntas sin respuesta, como se hace un raspado de matriz o se pone en las venas una inyección de aire, y después, pero inmediatamente,
Abril, porque siento, creo, pon calma en los ojos míos, ¿los montes, mares y ríos, qué son sino devaneo?; mirando la nieve veo memoria de tu hermosura, y cuando vi en su blancura
Nadie puede saber cuándo comienza a avergonzarse, y sería conveniente mirar a las estrellas que se van encendiendo contagiadas de silenciosidad, para aprender, al menos, que la palabra más hermosa de nuestra lengua es la palabra titilación.
Nunca pero contigo, aunque la vida sea la luz de esa mañana que nunca viviremos, un tren que no esperabas y ha llegado, una hora que empieza siendo alondra y acaba siendo espejo.
Es curioso saber que todo empieza en la transmigración de la saliva y mis ojos dentro de poco van a cumplir dos años. Lo cierto está tan cerca que el silencio me ha cortado los pies y la sangre gotea sobre la alfombra