Vuelvo a la selva del dolor nativo y arrodillado ante mi sangre, muerto, siento volar la arena en el desierto del corazón efímero y cautivo.
Sólo en la angustia permanezco y vivo sintiendo entre mi carne un bosque abierto donde queda el redrojo al descubierto con el paso del tiempo fugitivo.
De vivir descansando en la agonía tengo rota la sangre y sin latido, la soledad desenclavada y yerma,
¡ciega el cristal de la memoria mía y acuna en tu regazo al tiempo herido para que duerma, al fin, para que duerma!
«Si tú me lo pidieras», si tú me lo pidieras cuando llegue esa hora en que la vida empieza a hacer preguntas sin respuesta, como se hace un raspado de matriz o se pone en las venas una inyección de aire, y después, pero inmediatamente,
Nadie puede saber cuándo comienza a avergonzarse, y sería conveniente mirar a las estrellas que se van encendiendo contagiadas de silenciosidad, para aprender, al menos, que la palabra más hermosa de nuestra lengua es la palabra titilación.
Abril, porque siento, creo, pon calma en los ojos míos, ¿los montes, mares y ríos, qué son sino devaneo?; mirando la nieve veo memoria de tu hermosura, y cuando vi en su blancura
Es curioso saber que todo empieza en la transmigración de la saliva y mis ojos dentro de poco van a cumplir dos años. Lo cierto está tan cerca que el silencio me ha cortado los pies y la sangre gotea sobre la alfombra
Nunca pero contigo, aunque la vida sea la luz de esa mañana que nunca viviremos, un tren que no esperabas y ha llegado, una hora que empieza siendo alondra y acaba siendo espejo.