Pasa el río y va dejando
verde olivar la ribera:
olivo y río soñando
frente a una larga torera.
Y pasa el toro, ¿y qué pasa?
Sólo pasa que, al pasar,
quisiera encontrarse al paso
el río y el olivar.
Sobre el río está la luna
toreando, toreando
sin permiso, como una
torera de contrabando.
Y pasa el toro, ¿y qué pasa?
Pasa que quiere coger
a la luna de aquel río
del que ya no ha de beber.
Pasa el arroyo hecho finta
de finísimo cristal
para la pájara pinta
y para el verde rosal.
Pasa, pasa… y, a su paso,
veroniquean las flores
con un capote de raso
y una montera en colores.
Y pasa el toro, ¿y qué pasa?
Pasa que, si pasa el toro,
en la orilla le florece
un junco de seda y oro.
Pasa el arroyo y no sabe
qué orilla será mejor
para la pluma del ave
y para el pie de la flor.
Y pasa el toro, ¿y qué pasa?
Sólo pasa que, a su paso,
nadie sabe en qué pitón,
va la gloria o el fracaso.
Y el agua ve que al tan… tan…
de su lírico caballo,
rosas y espinas se dan
citas en el mismo tallo.
Y pasa el toro, ¿y qué pasa?
Pasa que, si pasa el toro,
la muerte guiña en los cuernos
y el sol en el traje de oro.
Y al cristal que va cantando,
un jardinerito loco
le está gritando, gritando:
¡Pasa más poquito a poco!
Porque entre tanto alboroto,
¡ay, amargura, amargura!,
a un alhelí se le ha roto
en un lance la cintura.
Y pasa el toro, ¿y qué pasa?
Pasa que un ángel quisiera
ser peón de confianza,
¡quite de plumas toreras!
por si acaso
el junco de seda y oro
se queda prendido al paso
entre los cuernos del toro.