Recuerdos de un baile de máscaras, de Manuel Bretón de los Herreros | Poema

    Poema en español
    Recuerdos de un baile de máscaras

    Yo no sé cómo mi acento 
    Te diga que al ciego niño 
    Por ti rendido me siento, 
    Porque me sobra cariño, 
    Y me falta atrevimiento. 
    Por más que el temor me enfrena, 
    Callar no puedo la pena 
    En que por tus ojos vivo; 
    Que el más humilde cautivo 
    Gime al son de la cadena. 
    Mas ¿quién me asegura, di, 
    Que si te digo: «¡ay hermosa!, 
    Muero de amores por ti», 
    Con sonrisa desdeñosa 
    No te has de mofar de mí? 
    Mientras halla mi talento 
    Algún término a esta lucha 
    Que me da fiero tormento, 
    Hermosa Dorila, escucha, 
    Que voy a contarte un cuento. 
    Érase que se era un baile 
    Donde yo también dancé, 
    (Si danzar aquello fue) 
    Porque nunca he sido fraile, 
    Ni lo soy, ni lo seré. 
    Allí estaba media Europa, 
    Medio mundo. ¡Qué de trajes! 
    Y entre galopa y galopa 
    Cegríes y abencerrajes 
    Bebían en una copa. 
    Abriendo paso los codos 
    Corrían de ceca en meca, 
    Alegres y no beodos, 
    Dido, Cleopatra, Rebeca, 
    Cimbros, lombardos y godos. 
    La música hacía son, 
    Y bailaban la mazurca 
    Sin maldita la aprensión 
    Un paleto y una turca, 
    Una china y un valón. 
    Otros van al ambigú 
    Y entre damas y clientes 
    Consumen medio Perú. 
    ¡Y qué llaneza de gentes! 
    Todos se hablaban de tú. 
    Allí el gigante, el enano, 
    La ochentona, la pupila, 
    El agreste, el cortesano; 
    Todos, ¿lo creerás, Dorila? 
    Tenían voz de soprano. 
    ¡Cuánta cabeza al través! 
    ¡Cuánta farsa de entremés! 
    ¡Oh qué de figuras raras!... 
    Todas, todas con dos caras. 
    Y algunas tenían tres. 
    No se andaban por las ramas 
    Más de cuatro mozalbetes, 
    Y entre galanes y damas 
    Llovían los epigramas 
    Y los dimes y diretes. 
    Te digo a fe de varón 
    Que no sé cómo describa 
    Tan amable confusión, 
    Y tanto dulce empellón 
    Por activa y por pasiva. 
    No faltó algún colegial 
    Que viendo tanto bullicio 
    Dijo con voz doctoral: 
    Este es el final del juicio, 
    Si no es el juicio final. 
    Dudé yo si aquel salón 
    De palaciegos sería; 
    Y no extrañes mi opinión, 
    Porque a millares había 
    Semblantes de quita y pon. 
    ¿Cuándo se ha visto en Iberia 
    Reír con la cara seria? 
    ¿Quién muestra el rostro sereno 
    Con un áspid en el seno? 
    Pues de todo hubo en la feria. 
    ¡Qué estrepitosa alegría! 
    ¡Qué broma! ¡Qué algarabía! 
    ¿Quién no estaba divertido? 
    Sólo algún sandio marido 
    O bostezaba o gruñía. 
    Muchas hembras con tesón 
    Conservaban el cartón; 
    Y otras muchas al instante 
    Lo apartaban del semblante: 
    Todas con mucha razón. 
    Todo allí se confundía: 
    La viuda con la doncella; 
    La sobrina con la tía; 
    La horrorosa con la bella; 
    La paloma con la arpía. 
    ¡Oh! si te contara yo 
    Milagros de una careta, 
    Prodigios de un dominó... 
    Detente, lengua indiscreta. 
    ¿Chismecillos? Eso no. 
    «Farsas, caretas... ¿Hay tal? 
    En vez de pintar su amor, 
    Un baile de Carnaval 
    Me pinta ese buen señor», 
    Dirás tú ahora. --Cabal. 
    Temo que un no me escarmiente 
    Y busco rodeos mil; 
    Mas ¿qué amador es prudente? 
    Huyendo del perejil 
    Me va a salir en la frente. 
    Has de saber que en la sala, 
    Volviendo al baile y al cuento, 
    Me embromó cierta zagala 
    Que era de gracia un portento 
    Y de hermosura y de gala. 
    Desnudo el brazo de nieve, 
    Ceñía airoso corpiño 
    Aquella cintura leve. 
    La madre del ciego niño 
    Con menos gracia la mueve. 
    Peine de plata labrada 
    Con gentileza prendía 
    Su cabellera trenzada, 
    Y el propio metal lucía 
    En una y otra arracada. 
    No pintaré su primor; 
    Que aquel dorado cabello 
    Me parecía mejor, 
    Y aquel torneado cuello 
    Es plata de más valor. 
    De matizado percal 
    Era el limpio zagalejo, 
    Y a su talle celestial 
    Daba más brío y gracejo 
    El ligero delantal. 
    Aunque envidioso cubría 
    Cándido cendal su pecho, 
    ¡Ay! yo vi cómo latía, 
    Y en mi amoroso despecho 
    ¡Mal haya el cendal! decía. 
    Mostraba el pie sin cautela, 
    Y algo más, la alegre saya; 
    Y, aunque soy buen centinela, 
    Aun decía yo: ¡Mal haya 
    Tanta abundancia de tela! 
    La careta que llevaba 
    Apenas sus labios rojos 
    Como al descuido enseñaba, 
    Y dos rayos en sus ojos 
    Con que mil almas llagaba. 
    ¡Cuán grato y suave su aliento 
    Llenaba de aroma el aire, 
    Mi corazón de contento! 
    ¡Cuál brillaba su donaire 
    En el menor movimiento! 
    No se muestra tan lozana 
    Al despuntar la mañana 
    La gaya rosa de Abril, 
    Cual mi máscara gentil, 
    Cual mi fresca valenciana. 
    ¡Qué garbo! ¡Qué bizarría! 
    ¡Qué despejo de mozuela! 
    ¡A cuántas sonrojaría 
    En la huerta de Orihuela, 
    Y en la playa de Gandía! 
    Yo le dije mil amores, 
    Que no tuvo por agravios, 
    Porque, grata a mis loores, 
    Las palabras de sus labios 
    Fueron otras tantas flores. 
    Su mórbida mano hermosa 
    Me abandonó generosa; 
    Yo en las mías la estreché, 
    Y aun en mi fiebre amorosa 
    Jurara que la besé. 
    Depuesto el cartón esquivo, 
    Vi luego en su cara bella 
    Tan poderoso atractivo, 
    Que desde entonces sin ella, 
    Dorila hermosa, no vivo. 
    Y este imán de mi deseo, 
    Tesoro de los placeres, 
    Envidia de las mujeres 
    Y de los hombres recreo..., 
    Dorila amable, tú eres. 
    He aquí mi cuento acabado. 
    ¡Ah! no me muestres ahora 
    El lindo rostro enojado; 
    No la que esperaba aurora 
    Se torne fiero nublado. 
    Si eres conmigo inhumana, 
    Si mi esperanza aniquila 
    Tu tibieza cortesana, 
    Me quejaré de Dorila 
    A mi dulce valenciana. 
    Otra vez dame la mano, 
    Y tú verás cuán ufano 
    El néctar en ella bebo..., 
    Aunque te cubras de nuevo 
    Ese rostro soberano. 
    Niégueme Dorila el sí 
    Y, pues mi bien sólo fundo 
    En la máscara que vi, 
    Sé Dorila para el mundo; 
    Valenciana para mí. 
    ¡Ah! no imites por mi mal, 
    Pues tu hermosura me hechiza, 
    Esa costumbre fatal 
    De convertir en ceniza 
    Las glorias de Carnaval. 
    Y si al fin me has de afligir 
    Con un no; si desdeñado 
    Decretas verme morir..., 
    Haz cuenta que te he contado 
    Un cuento para dormir.