Una soaré, de Manuel Bretón de los Herreros | Poema

    Poema en español
    Una soaré

    «Gervasia, prevén las velas: 
    Roque, limpia los quinqués. 
    ¿Ha venido el repostero? 
    Préndeme aquí un alfiler. 
    Que ponga el coche Toribio 
    Y vaya por Isabel. 
    Tú, Juan, arregla las mesas 
    De tresillo y de ecarté, 
    Y en la chimenea luego 
    Echa dos troncos o tres. 
    Llamad al afinador; 
    Que el piano está cruel. 
    El farol de la escalera 
    ¿Está ya corriente? -Bien. 
    Jesús, Jesús, ¡qué muchachos! 
    No nos dejan entender. 
    ¡Ea, a la cama! -¡Así no! 
    Póngase en medio el pastel, 
    Mas allá la jaletina, 
    Y el jamón a la Jerez: 
    Lo demás a estotro lado... 
    ¡Y no manches el mantel! 
    Aquí las conservas... ¡Bueno! 
    Y los helados después. 
    Usted se encarga del ponche. 
    Cuidadito, ¡don Miguel! 
    No muy cargado. A la una 
    Se ha de servir. ¿Está usted?» 
    Tal algarabía mueve, 
    Trajinando como diez, 
    Doña Próspera Ruivamba, 
    Condesa del Alcacer, 
    El bueno de su marido 
    Nada dice, o dice amén. 
    Hombre del antiguo régimen, 
    O se está cazando un mes 
    En su soto de la Alcarria, 
    No sin riesgo, a mi entender, 
    Mientras él apunta a un gamo, 
    De que le apunten a él 
    Si entro dos luces le toman 
    Por una cabra montés; 
    O, si reside en la Corte, 
    No conoce otro placer 
    Que comer, dormir, rezar 
    Y acariciar al lebrel; 
    Y, para pintarle, en fin, 
    Con solo un rasgo, diré 
    Que va al café de Levante 
    Y es jugador de ajedrez. - 
    Mas dejemos al marido, 
    Loando su buena fe, 
    Que en ser tonto le da Dios 
    Todo lo que ha menester; 
    Y si algún lector sinónimo 
    No ha conocido por qué 
    Con tantos preparativos 
    Se atosiga su mujer, 
    Digo que hay baile en su casa, 
    ¡Vaya! y concierto también. 
    Lo que se llama un sarao... 
    Mal he dicho: una soaré. 
    Y ¿qué va a sacar en limpio 
    De ostentar todo ese tren? 
    Tengan ustedes paciencia, 
    Que pronto lo van a ver. 
    Siempre que entra alguna dama... 
    (¡Son ciento!) ponerse en pie, 
    Y dar cien pares de besos, 
    Y recibir otros cien 
    Con acentos cariñosos 
    Y risita de ojimiel, 
    Aunque esta la quiera mal 
    Y aquella no huela bien. 
    Andar como un zarandillo 
    De la una a la otra pared, 
    Porque la llama Luisita 
    Y le dice una sandez; 
    Porque otra quiere sentarse 
    Al lado de su doncel; 
    O a los nervios inocentes 
    Achaca Flora tal vez 
    La tortura del zapato 
    Y el suplicio del corsé; 
    O Laura tiene calor; 
    O Casilda tiene sed; 
    O la llaman con tres luegos 
    Urgencias de doña Inés. 
    Allí viene un elegante, 
    Que fue presentado ayer, 
    Y hoy con derecho se juzga 
    Para presentar a seis; 
    Y ella, aunque más de una mano 
    Cortada quisiera ver, 
    Tiene que besarlas todas, 
    O pasar por descortés. 
    Otro disputa en el juego 
    Por el valor de una nuez, 
    Y tiene que recordarle 
    Que su casa no es café. 
    Otro le pide dos onzas, 
    Que nunca piensa volver, 
    Y otro le rompe un florero 
    Por danzar un balancé. 
    ¿Y el concierto? ¡Qué de afanes! 
    Faltó a la cita Isabel; 
    Se han olvidado los coros 
    Del aria de Mahomet; 
    Está ronco don Ciriaco 
    Y ha parido Salomé. 
    Pues que empiece Fulanita. 
    No, señor, no puede ser. 
    Arreglemos este dúo... 
    Bien por mi parte. ¿Y con quién? 
    Con Casimiro. -¡Imposible! 
    No puedo cantar con él. 
    No entra a tiempo, desafina, 
    Y todo lo echa a perder. 
    Conchita es más complaciente 
    Y nos hará la merced... 
    Lo haría con mil amores, 
    Mas no puedo dar el re. 
    Si no estuviera indispuesta... 
    Pues ¡cómo...! ¿Qué tiene usted? 
    Y Concha la habla al oído 
    Y le dice... no sé qué. 
    Vaya, pues será preciso 
    Que supla don Ezequiel... 
    Al momento. ¿Cuatro piezas 
    Faltan? Yo las cantaré; 
    Y canta; y tras de la voz 
    Dura, estentórea, soez, 
    Por un tris no arroja el bárbaro 
    Los pulmones y la hiel. 
    ¿Y el ambigú? ¡Santo Dios! 
    No con igual avidez 
    Entra a saco una ciudad 
    Famélico somatén, 
    Como a la opulenta mesa 
    Se abalanzan de tropel 
    Una legión de heliogábalos... 
    Pero de buen tono... ¡pues! 
    Fiambres, dulces, sorbetes..., 
    A nada se da cuartel. 
    En vano reclama el orden 
    La desdichada mujer. 
    En vano su vanidad 
    Pagó cincuenta por diez, 
    Malbaratando su hacienda, 
    A los hijos de Israel; 
    Que el opíparo banquete 
    Merienda de negros fue 
    Entre aquella turbamulta 
    Sin Dios, sin patria y sin ley; 
    Y sin poder obsequiar 
    A tantas damas de prez, 
    La mejor fuente de china 
    Rota por el suelo ve; 
    Y para mayor desgracia 
    Torpe beodo novel 
    ¡Zas! derrama una ponchera 
    En su traje de moaré. 
    Así acaba la función 
    Cerca del amanecer; 
    Y unos al marchar se ríen, 
    Y otros le quitan la piel; 
    Y el que entró muy derretido 
    Se despide con desdén. 
    Y la casa ¿cómo queda? 
    Hecha un confuso babel. 
    Y Madrid se ha divertido; 
    ¡Mucho! ¿Y el ama?... ¡Aprended! 
    La que pocas horas antes 
    Pensó hacer un gran papel, 
    Sola, mustia, desairada, 
    Gime sobre un canapé. 
    -¡Oh! los bailes, los conciertos... 
    ¡Gran cosa! ¿Y con cena? Miel 
    Sobre hojuelas. ¿Me convidan? 
    Mil gracias. Puntual seré; 
    Pero ¿en mi casa? ¡Abrenuncio! 
    ¡Fuego de Dios, amén, amén, amén! 

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