En un rincón de la capilla
el eremita se complace
en el dolor de las espinas
y en el martirio de la carne.
A sus pies rotos por la Iluvia
caen manzanas materiales
y la serpiente de la duda
silba detrás de los cristales.
Sus labios rojos con el vino
de los placeres terrenales
ya se desprenden de su boca
como coágulos de sangre.
Esto no es todo, sus meiillas
a la luz negra de la tarde
muestran las hondas cicatrices
de las espinas genitales.
Y en las arrugas de su frente
que en el vacío se debate
están grabados a porfía
los siete vicios capitales.