Te ofrezco entre racimos, verdes gajos y rosas, mi corazón ingenuo que a tu bondad se humilla; no quieran destrozarlo tus manos cariñosas, tus ojos regocije mi dádiva sencilla.
En el jardín umbroso mi cuerpo fatigado las auras matinales cubrieron de rocío; como en la paz de un sueño se deslice a tu lado el fugitivo instante que reposar ansío.
Cuando en mis sienes calme la divina tormenta, reclinaré, jugando con tus bucles espesos, sobre tu núbil seno mi frente soñolienta, sonora con el ritmo de tus últimos besos.
Naturaleza, nada de ti me conmueve, ni los campos nutricios, ni el eco bermejo de las pastorales sicilianas, ni las ceremonias de la aurora, ni la solemnidad doliente de los ocasos.
Te ofrezco entre racimos, verdes gajos y rosas, mi corazón ingenuo que a tu bondad se humilla; no quieran destrozarlo tus manos cariñosas, tus ojos regocije mi dádiva sencilla.
En el balcón las amigas miraban ambas como huían las golondrinas una pálida sus cabellos negros como el azabache, la otra rubia y sonrosada, su vestido ligero, pálido de desgastado amarillo vagamente serpenteaban las nubes en el cielo